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Inversiones: Sobre el riesgo

por OnTrader Hace 8 años
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Preocuparse no es una enfermedad sino un signo de buena salud. Si usted no está preocupado, es que no está arriesgando lo suficiente.

Dos jóvenes mujeres amigas se graduaron en la universidad hace muchos años y decidieron buscar fortuna juntas. Se fueron a Wall Street y trabajaron en una sucesión de puestos de trabajo. Finalmente, terminaron como empleadas de EF Hutton, una de las más grandes casas de corretaje. Así fue como conocieron a Gerald M. Loeb. Loeb, que murió hace unos años, fue uno de los más respetados consejeros de inversión en la Calle. Este calvo, genial era un veterano de los infernales mercados bajistas de los años 1930 y los sorprendentes mercados alcistas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Se mantuvo ileso a través de todo esto. Había nacido pobre, pero murió rico. Su libro “La Batalla por la Supervivencia de la Inversión” puede haber sido el más popular manual de estrategias de mercado de todos los tiempos. Es sin duda uno de los más claros, ya que Loeb fue un narrador nato. Él contó esta historia acerca de las mujeres jóvenes una noche en un restaurante cerca de la American Stock Exchange, donde se había reunido con Frank Henry y conmigo para la cena. La historia de una cuestión que consideró necesario hacer acerca de los riesgos.

Las jóvenes se le acercaron tímidamente para pedir asesoramiento en materia de inversión. Se le acercaron en diferentes momentos, pero él sabía de su estrecha amistad y estaba seguro que tomaban notas y las comparaban. Sus situaciones financieras al comienzo eran idénticas. Tenían carreras prometedoras y ascendían poco a poco tanto en remuneración como en estatus. Sus sueldos estaban empezando a hacer algo más que cubrir sus necesidades básicas. Les quedaba algo después de pagar sus impuestos de cada año. La cantidad no era grande, pero si suficiente como para preocuparse, y había promesa de más en el futuro. Le preguntaron a Gerald Loeb: ¿Qué podrían hacer con ese dinero? Comiendo tostadas y bebiendo té a la hora de la merienda en su tienda favorita, el paternal Loeb trató de resolverles sus inquietudes. Sin embargo, rápidamente se hizo evidente que cada una de ellas ya tenía en mente su plan y todo lo que querían de él era confirmación.

En la historia, Loeb maliciosamente catalogó una de las mujeres, Sylvia, como conservadora y la otra, María, como arriesgada. La intención de Sylvia era encontrar un refugio perfecto para su dinero, que le diera seguridad. Ella quería poner el dinero en una cuenta bancaria devengando un interés o en algún otro depósito parecido, pero con garantía de retorno de todos los intereses y la preservación del capital. María, por otro lado, quiso tomar algunos riesgos con la esperanza de hacer que su pequeño capital creciera más significativamente. Llevaron a cabo sus respectivas estrategias. Un año más tarde Sylvia tenía intacto el capital, incrementado con los intereses, y una acogedora sensación de seguridad. María sangraba por la nariz. Ella había recibido una paliza en un mercado tormentoso. El valor de sus acciones había disminuido alrededor de un 25 por ciento desde que las había comprado.

Sylvia fue lo suficientemente generosa como para no alegrarse. En lugar de ello, parecía horrorizada. "¡Eso es terrible!", dijo cuando se enteró del tamaño de la desgracia de su amiga. "Por qué, ha perdido una cuarta parte de su dinero ¡Qué horrible!" Los tres se fueron a almorzar juntos, como a veces lo hacían. Loeb miró a Mary intensamente. Esperaba el estallido de simpatía de Sylvia. Pero tuvo miedo de que la temprana pérdida de María la desalentara y la condujera ha salir del juego, como pasa a muchos especuladores novatos. ("Ellos todos esperan ganar al instante, y cuando no triplican su dinero el primer año, se van, poniendo mala cara como niños regañados") Pero María sabía lo que se necesitaba saber. Ella sonrió, impávida. "Sí", dijo, "es verdad que tengo una pérdida. Pero mira qué más tengo". Se inclinó a través de la mesa hacia su amigo. Y le dijo, "tengo una inversión".

La mayoría de la gente se agarra de la seguridad como si esto fuera la cosa más importante en el mundo. Para ellos, la seguridad parece tener mucho significado. Tienen el mismo sentimiento acogedor de estar inmersos, en una cama caliente en una noche de invierno. Ello genera una sensación de tranquilidad. La mayor parte de psiquiatras y psicólogos estos días considerarían que eso es bueno. En la hipótesis central de la psicología moderna, la salud mental significa, por encima de todo, tener tranquilidad. Esta hipótesis no explorada ha dominado el pensamiento de shrinkish por décadas. “Cómo dejar de preocuparse y empezar a vivir” fue uno de los primeros libros en donde trataron este dogma, y la “Respuesta a la Relajación” fue posterior.

“Preocuparse es perjudicial, merma nuestra seguridad”. Aunque no hay pruebas de que esta declaración sea verdad, se ha aceptado como verdad absoluta a través de la afirmación rigurosa. Los partidarios de las disciplinas místicas y meditacionales, y en particular las variedades de la región oriental, van aún más lejos. Valoran mucho la tranquilidad, tanto que en muchos casos están dispuestos a soportar la pobreza por esta causa. Algunas sectas budistas, por ejemplo, sostienen que uno no debe tener posesiones e incluso debe regalar lo que tiene. La teoría es que entre menos usted posea, menos tendrá de que preocuparse.


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