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Sorpresa: Alemania siempre fue keynesiana

por Laissez Faire Hace 10 años
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Paul Krugman lleva más de cinco años vociferando contra la austeridad. Como dogmático keynesiano que es, toda economía que opte por la suicida decisión de ahorrar y no endeudarse durante una depresión necesariamente lo ha de pasar mal: la demanda agregada se hunde, las expectativas negativas se realimentan y el estancamiento se convierte en un mal endémico e insuperable sin un providente impulso estatal. Es, o debería ser, el caso de Alemania: de ahí que el Nobel estadounidense haya pronosticado desde un comienzo que el austericidio teutón terminaría conduciendo a este país y al resto de la Eurozona al colapso.

En 2010, por ejemplo, después de que Merkel aprobara un paquete de moderación del gasto, Krugman concedió una entrevista en Der Spiegel donde afirmaba que “las políticas de ajuste alemanas no sólo están afectando negativamente a su economía, sino que también ralentiza el crecimiento del resto de países”. El problema es que la evolución que ha seguido Alemania desde entonces casa mal con las previsiones de Krugman: el PIB de 2013 es el más elevado de su historia (un 3,4% superior al del máximo previo a la crisis) y su tasa de paro, la más baja (el 5,5%).

A la luz de los datos, algo no encaja en la película keynesiana:Alemania, rodeada de países a medio quebrar y en una profunda depresión, se halla en las mejores condiciones económicas de su historia. Un razonamiento primario al que podría acogerse algún keynesiano es el de sostener que la prosperidad de Alemania se ha construido a costa de la depresión del resto de Europa: a saber, que como el euro implica tipos de cambio fijos entre Alemania y los países del Sur de Europa, la industria exportadora alemana es capaz de vender cantidades ingentes a sus socios europeos sin que su divisa se aprecie y pierda competitividad.

Durante los primeros años de la crisis, de hecho, fue ésta la explicación a la que recurrieron muchos keynesianos, pero Krugman es consciente de que los hechos han terminado por desmentirla: especialmente a partir de la crisis crediticia de 2012, los superávits exteriores de Alemania dependen mucho menos del resto de Europa y mucho más del resto del mundo. En 2012, por ejemplo, menos del 10% de todas las exportaciones alemanas (y menos del 7,5% de su superávit exterior) estaban vinculadas a España, Italia, Grecia, Portugal e Irlanda: no es una cifra despreciable, pero no parece que sea la clave de su prosperidad. Krugman lo sabe y por eso ha construido una estrategia alternativa para blindar al dogma keynesiano del contraejemplo alemán: sostener que, en realidad, Alemania no ha sido un ejemplo de austeridad.

Sí, sé que suena increíblemente tramposo, pero es lo que acaba de defender el economista estadounidense. A la postre, y según nos relata, Alemania ha sido el segundo país de la Eurozona que menos ha ajustado su saldo presupuestario entre 2009 y 2013: han sido los países del Sur los que han cargado con la losa de los ajustes y de la austeridad, pero no los alemanes. Y, ciertamente, los germanos no han acometido enormes ajustes en su saldo presupuestario desde 2009, pero no lo han hecho por una razón muy sencilla: jamás lo desajustaron, esto es, jamás recurrieron a las políticas keynesianas que según Krugman son el ingrediente esencial de toda recuperación. No hubo reajustes porque tampoco hubo desajustes.

Bastará, para comprobarlo, que efectuemos una comparativa: España y Alemania. Según la nueva historieta que nos está contando Krugman,España es uno de los países más agresivos a la hora de haber aplicado la austeridad mientras que Alemania es uno de los menos exigentes. Pues bien, en 2013 el gasto total del Estado español ha sido un 11% superior al del año 2007; en Alemania, un 15%; el déficit público de España en 2013 cerrará en el 7%, Alemania ha obtenido un superávit del 0,1%; España ha aumentado su deuda público en casi 60 puntos sobre el PIB entre 2007 y 2013, Alemania en 15 (todavía más significativo: desde 2010, Alemania ha reducido en dos puntos su ratio de deudas sobre PIB, mientras que España la ha aumentado en 33 puntos). En suma, Alemania ha mantenido durante esta crisis sus finanzas públicas en orden: jamás ha exhibido un déficit superior al 4% y rápidamente ha aprobado programas de contención del gasto para mantener a raya su crecimiento. No en vano, el incremento de los desembolsos estatales de la —según Krugman— nada austera Alemania se parece mucho a la de —según Krugman— la ultraaustera España (con la muy relevante diferencia de que los ingresos fiscales de Alemania han crecido más de un 13% desde 2007 mientras que los de España han caído un 11%) y el déficit de la nada austera Alemania es nulo y el de España es uno de los mayores del mundo.

Si hubo un país que hasta muy recientemente aplicó políticas keynesianas (y que en gran medida sigue haciéndolo) fue sin duda España, no Alemania. Los alemanes, por mucho que ahora intente ocultarlo el estadounidense, han sido durante esta crisis un caso claro de austeridad y de rigor presupuestario. Como también lo fueron, por cierto, los países bálticos: otras economías a las que, oh qué casualidad, Krugman trata injusta e hipócritamente.


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