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Bienvenido a la lucrativa industria de la Felicidad

por Carlos Montero Hace 10 años
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Suelo escribir artículos sobre psicología de mercado, o como cultivar la mente de forma apropiada para tener las mayores probabilidades de éxitos en el mundo financiero. Una de las palabras que más se repiten en estos artículos es “positividad”. Es casi un mantra de las nuevas filosofías conductuales.

“Con una actitud positiva tendrá éxito en los negocios y cualquier faceta de su vida”, rezan este tipo de slogans. Pero ¿se han planteado alguna vez qué la industria de la felicidad se ha convertido en un enorme negocio? Piénsenlo. Libros de autoayuda, cursos de orientación personal, oradores motivacionales…

Como dice Oliver Burkeman, autor del interesante libro “El antídoto: La felicidad para la gente que no puede tener un pensamiento positivo”, la búsqueda de felicidad es un modelo de negocio ingenioso. Se promete ayudar a la gente si consiguen pensar en positivo, cuando las técnicas fallan, se llega a la conclusión que no se estaba pensando en positivo suficientemente, por lo que se debe incrementar la intensidad de la técnica. Ingenioso y muy lucrativo.

Burkeman en su libro expone algunos mitos sobre la felicidad de los que destaca cinco:

1. Es crucial mantener una mentalidad positiva

Aunque es el principio fundador del movimiento pensamiento positivo, con frecuencia, tratar de concentrarse en pensamientos y emociones resulta contraproducente. Genera estrés. Uno de los culpables de que esto suceda es la susceptibilidad de la mente para "los efectos irónicos". Tratar de no pensar en ciertas cosas negativas sólo las hace más prominentes. La investigación constata este punto. A las personas que están en duelo y que intentan no sentir pena, les lleva más tiempo recuperarse. Los sujetos experimentales a los que se les dijo que no sintieran pena por una noticia preocupante se sentían peor. Mucho más fructífera es la inspiración budista del “no apego”. Aprender a dejar que surjan las emociones negativas y a dejarlas pasar resistiendo la tentación de acabar con ellas. En cualquier caso, a menudo es más productivo centrarse en el comportamiento que en los estados internos. La próxima vez que se sienta desmotivado para iniciar un nuevo proyecto, permítase sentirse desmotivado, y al mismo tiempo, encienda su ordenador y comience a trabajar.

2. Tener objetivos ambiciosos, y perseguirlos implacablemente, es la clave del éxito

Otro dogma de auto-ayuda que está siendo socavado cada año. Un enfoque demasiado vigoroso sobre los objetivos, sugieren las investigaciones, puede desencadenar una serie de consecuencias no deseadas: puede degradar el rendimiento, y fomentar doblar la esquina de la ética. Además, se puede distorsionar gravemente la organización o una vida, al destacar el maximizar una variable independientemente de la forma en que está conectada a las demás. Tenga en cuenta que un hipotético empresario puede tener éxito y convertirse en millonario a los 35 años, pero a costa de alienar a su familia y a sus amigos, y arruinar su salud.

En el fondo, lo que puede explicar la obsesión con las metas es el miedo a la incertidumbre - el ansia de saber a ciencia cierta cómo será el futuro - cuando en realidad es debido a la incertidumbre que se puede producir la verdadera creatividad. “La incertidumbre es la condición para impulsar al hombre a desplegar sus poderes”, afirma el psicólogo Erich Fromm.

3. Los mejores gerentes son aquellos que hacen del trabajo algo divertido

Los peligros de una positividad forzada empeoran cuando se trata de hacer que otras personas,  no sólo uno mismo, se sientan alegres. Sentirse obligado a mantener una fachada soleada en realidad impone una fuerte carga cognitiva a los empleados. Es una forma de trabajo afectivo que mina los recursos que podrían ser empleados de una manera más productiva.

Los lugares de trabajos inherentemente divertidos pueden ser ambientes profundamente alienantes. Si las famosas mesas de ping-pong y las vainas de meditación de Silicon Valley mantienen a los trabajadores contentos, es probablemente porque reflejan el compromiso de que la gente se relaje cuando lo necesite, no porque alguien se sienta obligado a utilizarlos. La cualidad que realmente es apreciada en los directivos según las últimas encuestas es la equidad, no lo divertido que sea.

4. Una mayor autoestima es igual a una mayor felicidad

Es mejor tener una autoestima alta que una autoestima baja. (Dentro de ciertos límites, de todos modos: los dictadores más terribles de la historia tenían un gran concepto de sí mismos). Sin embargo, una minoría disidente de psicólogos ha sospechado durante mucho tiempo que hay un problema con la noción de "autoestima" en sí misma. Se basa en la idea de dar a tu yo un grado universal, y una vez hecho esto, luchar constantemente para mantenerlo. De repente, los fracasos cotidianos, aquellos que van mal para todos de vez en cuando, se convierten en mucho más importantes. En lugar de simplemente lamentarnos, ellos amenazan nuestra calificación global.

El psicoterapeuta Albert Ellis llamaba a la autoestima la mayor perturbación emocional de todas. Califica tus actos individuales de buenos o malos si deseas hacerlo, y por todos los medios trata de hacer más buenos que malos. Pero deja tu estima fuera de la ecuación.

5. Evite ser pesimista a toda costa.

“Gente tóxica” “vampiros de energía”, u otras etiquetas que la sabiduría convencional está propagando que es mejor evitar. Sin embargo, un tipo particular de pesimismo sí vale la pena cultivar. Es lo que el psicólogo Julie Norem llama “el pesimismo defensivo”, cuyos orígenes se remontan a los estoicos. Se basa en pensar cuidadosamente acerca de lo mal que las cosas podrían ir. Una vez averiguado se tendrán más herramientas para afrontar las cosas si finalmente van mal, y la paz resultante después de ese proceso le dejará mejor preparado para el éxito.

Un enfoque similar se utiliza para analizar posibles pérdidas económicas, lo que forma parte de la filosofía de los negocios. En lugar de preguntarnos que probabilidad hay de que una empresa tenga éxito, pregúntese si puede tolerar las consecuencias del fracaso. De esta manera dará los pasos apropiados, evitando conductas estúpidamente arriesgadas.


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