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La absurda idea de subir el salario mínimo

por Inteligencia Financiera Global Hace 9 años
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A diario escuchamos voces desde la izquierda como la del jefe de gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, o desde el PAN con Gustavo Madero, que proponen un aumento pronto al salario mínimo en México. Por eso, conviene explicar tanto el contexto político como las implicaciones económicas.

Primero, debemos decir que no hay que perderse con este distractor, pues como bien sabemos, la popularidad del jefe de gobierno no vive sus mejores momentos a causa de decisiones impopulares, por lo que sacó apurado esta propuesta para atrapar la atención de los medios. Del otro lado, si en el PAN estuviesen genuinamente interesados en promover mejoras salariales a voluntad, lo hubieran hecho durante los 12 años que tuvieron el poder, y no ahora. Como ve, el trasfondo de esta idea es político. No es casual que Mancera y Madero sueñen con ser candidatos a la presidencia. Los grupos políticos ya tienen la mira puesta en las elecciones de 2015. Quieren votos. Lo malo es que con sus dichos generan expectativas irrealizables entre la gente y la desinforman.

De entrada habría que decir que no debería haber salarios mínimos sino ser sujetos de libre negociación, pues diversos estudios sugieren que su sola existencia tiene efectos negativos en los ingresos de los trabajadores, pero ya que aquí los hay, debemos despejar mitos.

Y es que para ser claros, subir de entrada el salario mínimo casi 19% como propone Mancera –de 67.29 a 80 pesos, con la meta de “superar los 171 pesos”, sí sería inflacionario. En esto coincidimos como muy pocas veces con el Dr. Agustín Carstens, gobernador del Banco de México, quien dijo que los salarios reales, que son los que importan, no aumentarían debido a la inflación. Tiene razón. Los defensores de la propuesta argumentan que el aumento sería gradual y que no tiene por qué reflejarse en los índices inflacionarios, pero eso es un error como veremos. También dicen que no tiene por qué hacerse por decreto, pero lo cierto es que no habría ninguna otra manera de instaurarlo. ¿O lo pensarán pedir por favor?

Sin hablar por ahora de las consecuencias en todo aquello que está indexado al salario mínimo, el problema principal de la propuesta es que se elevarían de un momento a otro los costos para las personas y empresas que dan empleo. Ese costo extra tendría que asumirse por los empresarios en varios frentes simultáneos: a) trasladándolo al consumidor subiendo los precios y arriesgándose a perder mercado y competitividad; b) sacrificando de forma injusta su margen de ganancia, pues el gobierno no tiene por qué castigar más a quien genera riqueza, empleos y paga impuestos. Se inhibe también la creación de más empresas; c) recortando otros costes, y para ese fin, entre lo primero que figuraría es el despido de personal.

Por donde se le vea, el negativo efecto dominó que provoca una medida populista como esta, supera por mucho los posibles beneficios temporales que se conseguirían.

Para decirlo claro, subir el salario mínimo artificialmente terminaría generando desempleo, y por si fuera poco, condenaría de manera discriminatoria e injusta a los trabajadores menos cualificados, pues al resultar más caro emplearlos, habría menos empleo formal disponible para ellos. Los descendentes puestos laborales se pelearían aún más entre prospectos con mayor calificación.

Ningún empleado sería contratado si no es capaz de generar más de los dos mil 400 pesos al mes a los que proponen subir de golpe, y menos aun los más de 5 mil pesos a los que quiere llegar Mancera. Eso sin contar los costos adicionales que implica crear una plaza de empleo formal. Se nota que a Mancera, Madero y sus asesores les tiene sin cuidado lo anterior. Si no saben que ese sería el resultado, mal por ellos, y si lo saben y aún así sostienen su propuesta, no merecen ni siquiera permanecer en los cargos que ocupan.

Por tanto, es un hecho que las únicas beneficiarias reales del alza forzada del salario mínimo serían la informalidad y la inflación, no “los más pobres”. Quien no encontrara empleo, como ha sucedido hasta hoy, buscaría la manera de sobrevivir de manera informal, pero al final, se habría acelerado la carrera entre ingresos y precios que, como siempre, la terminarán perdiendo los trabajadores y sus familias, a los que se supone quieren beneficiar.

Ojalá fuera así de fácil terminar con la pobreza. Quien eso piensa, comete el mismo error que los que creen que imprimiendo dinero y endeudando a la hacienda pública se estimula el crecimiento y desarrollo económicos de forma sostenida. Quien eso piensa exhibe igual su soberbia al creer que las leyes económicas, los mercados y los agentes económicos serán serviles y obedecerán la voluntad de los políticos. No hay nada más alejado de la realidad. De ser tan sencillo ya no tendríamos por qué estar sufriendo crisis cada vez más severas, ni tendría por qué haber pobres en el mundo. Tendríamos la vida resuelta.

Por cierto, todo mundo acusa la pérdida de poder adquisitivo del salario, pero nadie apunta a sus causas fundamentales, al “pecado original”: la corrupción monetaria hecha posible en el planeta por el abandono de un sistema de dinero sólido y honesto, para pasar a uno fraudulento de dinero gubernamental de papel. Ese será tema en la próxima entrega.

¿Qué se debe hacer entonces? Promover la estabilidad monetaria, el ahorro y la acumulación de capital, respetar la propiedad privada, recortar el gasto público, bajar los impuestos y abrir todos los mercados de nuestra economía a la competencia empresarial. Eso es primero, luego vienen los mejores ingresos, no al revés. Suiza, Singapur y muchos otros ejemplos sobran, y por cierto, han prosperado sin tener salario mínimo. El camino es lento pero no hay de otra. Buscarle atajos es un engaño en el que no debemos caer.


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