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Patrón oro o Becerro de oro

por García Alejo de ANDBANK Hace 10 años
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Uno de los lugares comunes donde reverberan las voces de buena parte de los defensores de las tesis más abiertas en economía, miembros de la escuela austríaca, liberales del Tea Party, etcétera es en el frontispicio de la actuación de los bancos centrales a lo largo de esta crisis: demasiado intrusivos, introduciendo demasiadas distorsiones monetarias. La “connivencia” de las autoridades monetarias con los gobiernos a la hora de “manipular” la creación de dinero ha sido en su opinión indebida. Y también lo es el grave riesgo corrido por ambos agentes al hacerlo al amparo de un sistema puramente fiduciario. El corolario de algunos de estos pensamientos se sitúa en la defensa de la vuelta del patrón-oro. Ríos de tinta se han vertido sobre este particular y detrás de cada posición hay un debate metodológico profundo. Pero…, no me vale la equidistancia. Hay que posicionarse: no creo que la vuelta al patrón-oro resuelva los males que preconiza. En todo caso, mi respeto por la posición contraria.

Sobre qué me lleva a posicionarme de tal forma se basa en varios argumentos. Hoy toca hablar de los relativos a la construcción de la oferta.

La oferta limitada del bien que sirve de patrón, el oro, es deflacionista. Uno de los mayores retos que comporta la adopción de un sistema monetario basado en una oferta limitada de la unidad de cuenta es que al definirlo de forma cerrada tiene, se quiera o no, efectos deflacionistas. Este efecto se repite de forma íntegra en el caso de la creación de algunas criptomonedas, tal es el caso del bitcoin. Lo que le faltaba a unas economías como las desarrolladas en un momento como éste es crear fuerzas deflacionistas. De no ser por la provisión artificial de oferta monetaria que han prestado los bancos centrales, el colapso que ha sufrido la velocidad de circulación del dinero podría habernos llevado de cabeza a otro 1929.

 

…attachment to the gold standard played a major part in keeping governments from fighting the Great Depression, and was a major factor turning the recession of 1929-1931 into the Great Depression of 1931-1941… Commitment to the gold standard prevented the Fed from expanding the money supply in 1930 and 1931, forcing President Herbert Hoover “into destructive attempts at budget-balancing in order to avoid a gold-standard generated run on the dollar“ Bradford DeLong, economista Universidad de Berkeley (1996)

Otro problema es el de los desplazamientos de la curva de oferta ¿Qué pasa si aparece oro de forma no esperada en el sistema? El oro en la Tierra es una cantidad semi-fija, cuya oferta varia de una forma predecible dentro de un rango esperable. No todo el oro se ha descubierto, no todo el oro se ha extraído. Pero cabe imaginar que debido a nuevas técnicas de extracción, por ejemplo, la oferta creciera de forma inopinada, de forma exógena ¿Quién controla esto? Nadie. Y esto no es inocuo para el sistema, en especial si ha optado por un sistema de fijación de precios oro-divisa inamovibles. Si los creadores de bitcoin decidieran de repente duplicar la oferta máxima de bitcoins a emitir, ¿qué ocurriría?… No hay que ser adivino, ¿no? Bueno, propugnar que el patrón-oro es la norma es una decisión que implica desplazar la capacidad de controlar la oferta monetaria desde los bancos centrales a las compañías de minas y a los eventos de prospección afortunados. Es decir, privatizamos la decisión de control de la oferta a favor de las compañías dueñas del recurso. No me convence. ¿Ustedes estarían más tranquilos?

Otro de los elementos que se suelen esgrimir como de valor añadido en la adopción de un patrón-oro de oferta restringida es que ayuda a controlar el déficit público, puesto que impide que un gobierno se endeude si no tiene con qué respaldar esa deuda. De facto, la monetización no sería una opción para los gobiernos bajo este sistema. Si se me permite, siendo ciertos estos argumentos, no es menos cierto que es matar moscas a cañonazos. Hay alternativas. Por ejemplo, el control del déficit público puede ser exigido por una ley fundamental o garantizada por un organismo supranacional en el que delegar esa parte de la soberanía. En todo caso en un agente ajeno a las injerencias de políticos y oportunistas.

De la misma manera, se pueden crear leyes de independencia de la autoridad monetaria y hacer que sus reglas sobre la creación de dinero sean específicas e impidan prácticas heterodoxas como la monetización. El BCE, con sus imperfecciones, cuenta con este tipo de salvaguardas. Y si no siempre estará el gen weidmanniano que lejos de ser recesivo, es plenamente dominante.

No es necesario adoptar el patrón oro para conseguir un gobierno que gaste y presupueste de forma eficiente en el largo plazo, ni es necesario restringir la oferta de dinero para conseguir tener un banco central independiente. Bastan políticos con visión de estadistas y formación suficiente.

Otra razón de cierto peso para rechazar el patrón-oro tiene que ver con el hecho de que una oferta restringida de la moneda de referencia puede acabar por convertirse en un lastre para la provisión de bienes y servicios de la economía en términos globales. También puede acabar por hacer más rígido el sistema bancario y la concesión del crédito.

Mi última reflexión me lleva a la Biblia, Éxodo 32. La primera lucha entre el patrón-oro y lo fiduciario es antiquísima. Y aunque su trasfondo no es económico, sí merece la pena revisarlo. Cuando Moisés subió al monte Sinaí y dejó a su pueblo a la espera, pasó muy poco tiempo antes de que el pueblo hebreo exigiese a Aarón, el hermano de Moisés, un nuevo dios al que seguir. Aarón ordenó a los israelitas que le entregarán los zarcillos, aretes y demás joyas de oro. Con ellas fundió el metal y les dio un becerro de oro al que adorar. ¡Nuestro primer patrón-oro! Holocaustos y fiestas en torno al becerro se sucedían hasta que Moisés bajó del monte Sinaí con las tablas de los mandamientos. Iracundo Moisés cuando vio el percal destruyó al becerro y las Tablas (muy del Antiguo Testamento). Luego hubo unas segundas tablas con los Diez Mandamientos. Palabra escrita en papel (en piedra realmente, según los textos), que requería de la fe para creer en ellas (¿confianza?). ¿Qué otra cosa respaldaba las Leyes de Dios salvo una fiducia moral muy especial? A modo de chanza: si el mismísimo Dios reprobaba los becerros de oro y prefería lo fiduciario, ¿por qué rayos he de ser yo quién quera que vuelva el mismo?

Bromas aparte, las soluciones decimonónicas basadas en restricciones de oferta de la oferta monetaria, la adopción del patrón-oro y precios inamovibles (oro-divisa), que además no resuelven problemas de desplazamiento de la curva de oferta, no parecen la mejor vía para abordar el problema de los sistemas de cambio efectivos en el siglo XXI. En especial cuando ya existe un mercado de oro, que sin ser perfecto, fija el valor de cada moneda contra el metal dorado. Usted ya puede comprar ETFs que replican el precio del oro; usted ya puede comprar oro contra la moneda que desee. En un “mercado libre”. El patrón oro no es la solución, sin embargo, si lo que se pide es que haya un control sobre cómo actúan los bancos centrales y su relación con los gobiernos, creo que todos estaremos de acuerdo en sumarnos a una propuesta que suponga un aumento de la eficiencia del sistema, la independencia de los organismos y la mejora de los mecanismos de transmisión monetaria.

Insistimos en que aunque de forma no eficiente, ya existe un patrón-oro indirecto. El mercado de oro es accesible gracias al desarrollo financiero de los últimos años. A través de diferentes vehículos se puede tener oro o certificados de depósito que repliquen su comportamiento. Y gracias a uno de los mercados más eficientes que existen, el de divisas, cada divisa fija el precio de la misma respecto a otras y respecto al oro. Es un cruce vivo, y como no puede ser de otra manera, penaliza de forma clara la actuación deficiente de los gobiernos en términos de política monetaria. También es cierto, por ser justos, de que un sistema como el actual no es ni una regla áurea, ni la panacea, ya que por ejemplo la libertad de movimientos de capital está sujeta a reglas que crean distorsiones de corto plazo no evitables. Por ejemplo, las relativas los flujos de entrada en economías más pequeñas como las emergentes.


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