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Liberalismo no es codicia

por Laissez Faire Hace 10 años
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Como ya sucediera con Alessio Rastani, aquel bróker impostor que hizo las delicias de la hinchada antiliberal por vestirse de la Bruja Avería y entonar aquello de “Viva el mal, viva el capital”, también en España hemos sido capaces de parir versiones especialmente antipáticas de los operadores financieros. Sin ir más lejos, desde hace unos días ha ido ganando una creciente popularidad un corte del programa de Intereconomía ‘Queremos opinar’ en el que uno de los tertulianos se autodefine como un desideologizado “neoliberal capitalista” cuyo único propósito es ganar dinero vendiéndose al mejor postor. En otro video, el susodicho se reconoce “prostituta financiera” defensora de los derechos de sus clientes –las clases pudientes, como estamento enfrentado a las clases proletarias– y justifica su veneración por el dinero bajo el argumento de que “mueve el mundo” al otorgar poder absoluto a sus poseedores, poder incluso para contratar a sicarios que hagan desaparecer a personas incómodas.

De entrada, que alguien presuntamente liberal se califique de ‘neoliberal’ –es decir, que acepte y utilice las etiquetas propagandísticas que los antiliberales han diseño para descalificar al liberalismo– debería encender todas las señales de alarma. ¿De verdad estamos escuchando a una persona con principios e ideas liberales o, en cambio, se trata de un individuo con ideas confusas, contradictorias y caricaturescas? Apuesto a que si mañana apareciera en televisión un personaje que apelara a los valores de la izquierda autocalificándose de “rojeras” y defendiendo la purga de ricos y pobres en aras de una mayor igualdad social (es decir, la exterminación de los valores extremos en la distribución de la renta), pocos le otorgarían credibilidad alguna y menos aún se atreverían a utilizarlo como arma arrojadiza contra el discurso del socialista medio. Sin embargo, esa misma prudencia ideológica no parece haber operado en el caso del tertuliano “neoliberal capitalista”.

¿El motivo? Por desgracia muchísimas personas siguen confundiendo el liberalismo con la codicia, de manera que el discurso de este señor viene a confirmar sus pre-juicios. Pero liberalismo y codicia son conjuntos que sólo se entrecruzan muy parcialmente. El liberalismo es la ideología (el conjunto de principios) que colocan las relaciones voluntarias (la libertad) por encima de las relaciones coercitivas (la violencia): los liberales aspiran a minimizar la coacción dentro de una sociedad y consideran que aquellas interacciones humanas que nacen del libre consentimiento de ambas partes poseen una presunción de validez (in dubio, pro libertate). La codicia, por otro lado, es el afán desmedido de acumular riquezas.

¿Cabe la codicia dentro del liberalismo? Sí, la acumulación de riqueza –aunque sea ‘desmedida’– que se desarrolle respetando las libertades ajenas (no defraudando ni violentando al prójimo) es lícita a priori. Moralmente podremos reputarla más o menos reprobable (y esas valoraciones morales también caben dentro del liberalismo), pero no parece haber motivo válido para ejercer la violencia contra aquella persona que, no habiéndola utilizado, ha conseguido amasar una fortuna. Es más, en un orden social tan complejo, dinámico e impersonal como es un mercado libre global, el ánimo de lucro respetuoso con las libertades ajenas constituye un indispensable mecanismo de coordinación social.

¿Caben la solidaridad y la filantropía dentro del liberalismo? Por supuesto. La empatía hacia nuestros semejantes constituye una característica consustancial a la especie humana: a la mayoría de las personas “les nace” ayudar desinteresadamente a los demás y siempre que esa asistencia social se desarrolle respetando las libertades ajenas (ni defraudando ni violentando al prójimo) es lícita a priori. Moralmente podremos reputarla más o menos loable (y esas valoraciones morales también caben dentro del liberalismo), pero no parece haber motivo válido para ejercer la violencia contra aquella persona que, no habiéndola utilizado, se dedican a ayudar a los necesitados. Es más, en un orden social tan dinámico, complejo e impersonal como es un mercado libre, las redes de ayuda mutua respetuosas con las libertades ajenas constituyen un indispensable mecanismo de asistencia social frente a los cambios y las innovaciones drásticas.

Por consiguiente, dentro de un sistema liberal puede haber personas muy codiciosas y personas muy filántropas. Pero la cuestión verdaderamente relevante es: ¿resulta la codicia igualmente compatible con ideologías marcadamente antiliberales o, muy al contrario, ésta sólo puede germinar dentro del liberalismo? Debería resultar evidente que la codicia, al igual que la empatía, forman parte de la naturaleza humana: del mismo modo que algunas personas (los psicópatas) tienen su lado empático atrofiado, otras tienen su lado codicioso hipertrofiado. Y tratándose de una característica de la naturaleza humana, es asimismo obvio que estará presente en cualquier orden social poblado por seres humanos: es decir, en todo orden social.

La cuestión no es cómo eliminar o reprimir el lado codicioso de los distintos seres humanos, sino cómo limitar su ejercicio dentro de cauces respetuosos con las libertades ajenas. Y de eso se preocupa precisamente el liberalismo: de que nadie ejerza la coacción sobre nadie, tampoco cuando esa coacción se ejerce por razones codiciosas. De hecho, si instintivamente nos preocupa y nos genera rechazo la actitud de personas como el tertuliano neoliberal es, en el fondo, por su carácter de mercenario. Los mercenarios, por definición, no son de fiar: una persona que se vende al mejor postor y que está dispuesta a hacerlo todo por dinero es una persona que está señalizando su predisposición a cercenar nuestras libertades (a robarnos, a estafarnos, a esclavizarnos…) siempre que le resulte rentable; a saber, es una persona que está señalizando su carácter antisocial (su nula empatía) y que se convierte en un peligro potencial para la convivencia armónica de una comunidad. La repulsa casi visceral que nos provocan los mercenarios codiciosos no viene tanto de su obsesión por prosperar económicamente, sino de su predisposición a hacerlo cueste lo que cueste, incluso trasgrediendo las normas básicas de convivencia.

Pero la nota característica del liberalismo es, justamente, la defensa militante de ese marco normativo básico de convivencia asentado sobre el respetuoso escrupuloso a la libertad individual, a la propiedad privada y a la libre asociación contractual. Allí donde la codicia quebrante la libertad ajena, la codicia quebrantará y se opondrá radicalmente al liberalismo. No en vano, si el liberalismo se travistiera en una corriente defensora del lucro por el lucro, nuestra niña de los ojos sería el gigantesco modelo de Estado actual, extremadamente lucrativo para todos aquellos lobbies que lo copan y que consiguen extraer coactivamente renta al resto de los ciudadanos (vía impuestos y prebendas regulatorias): pero los liberales coinciden en que el sistema actual es un sistema corporativista profundamente antiliberal. Por consiguiente, el rechazo generalizado al tertuliano de ‘Queremos opinar” viene, en verdad, del antiliberalismo potencial que se desprende su actitud mercenaria, no de su exquisito respeto a las libertades individuales.

A la postre, lo único que se desprende del discurso del tertuliano de marras es codicia por los cuatro costados. Codicia que no sólo podría ser perfectamente lícita (si no se basara en la violencia o el fraude contra nadie), sino incluso compatible con los planteamientos liberales. Pero si resultara ser compatible con los planteamientos liberales, no lo sería por el hecho de venderse al mejor postor cual orgullosa “prostituta financiera”, sino por oponerse a la coacción como base de las relaciones humanas. En el muy visitado corte de YouTube, esa oposición a la coacción no se observa en ningún momento: al contrario, el tertuliano parece legitimar el ejercicio del poder absoluto de los ricos, incluso hasta el extremo de justificar la contratación de sicarios. Es decir, en el vídeo se observa codicia, pero no liberalismo (si acaso, codicia que raya el antiliberalismo). Aunque, atendiendo a su estructura argumentativa y a lo que él mismo reconoce, probablemente detrás de esa extrema codicia no se esconda ideología alguna. Codicia como fin en sí mismo. Nada que ver con el liberalismo.


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