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La desigualdad no ha aumentado porque los Estados redistribuyan menos

por Laissez Faire Hace 6 años
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La desigualdad de la renta ha aumentado en la mayoría de países occidentales durante los últimos 40 años y son muchos quienes atribuyen tal tendencia a la hegemonía del pensamiento neoliberal: dado que los Estados han reducido sustancialmente su tamaño desde comienzos de los 80, las políticas redistributivas resultan mucho menos eficaces y ello está permitiendo que los ricos medren sin censar a costa de los más pobres.

Sucede que la premisa de partida es incorrecta: en general, el tamaño del Estado no se ha reducido en los países occidentales, sino que o bien se ha mantenido o, normalmente, ha seguido creciendo. El peso del gasto público sobre el PIB ha pasado en Francia del 46,1% en 1980 al 56,1% en la actualidad; en Grecia del 24,1% al 50,3%; en EEUU, del 34,9% al 36,3%; en Reino Unido se ha mantenido en el 39,3%; y en España, del 31,1% al 41,6%. Tales cifras deberían servir para enterrar para siempre el mito de que el Estado se ha achicado durante las últimas décadas: al contrario, ha continuado engordando.

Por supuesto, cabría pensar que acaso el tamaño del Estado se haya agrandado al tiempo que los gastos sociales se recortaban: si el gasto público se dirigiera crecientemente a alimentar aquellas partidas del presupuesto vinculadas a los beneficios de las grandes corporaciones (infraestructuras en favor de las constructoras, intereses de la deuda en favor de la banca, defensa en favor de la industria militar, etc.) y no a redistribuir la renta, sería del comprensible que la desigualdad haya aumentado de la mano del crecimiento del gasto público. Pero éste sigue sin ser el caso: el gasto social es la rúbrica que, con diferencia, más se ha expandido en Occidente durante los últimos 40 años. En Francia se ha incrementado desde el 20,2% del PIB en 1980 al 31,5% en la actualidad; en Grecia, del 9,9% al 27%; en EEUU, del 12,8% al 19,3%; en Reino Unido, del 15,6% al 21,5%; y en España, desde el 15% al 24,6%.

Por último, cabría pensar que, si bien el neoliberalismo no ha reducido el tamaño del Estado ni tampoco las transferencias sociales, tal vez lo que sí ha hecho ha sido financiar esas partidas con menos impuestos de los ricos y con más impuestos de las clases medias y bajas. En tal caso, la redistribución estatal de la renta no se materializaría aun cuando aumentara el gasto social: los pobres continuarían recibiendo tantas transferencias estatales como antes pero no a costa de los ricos, sino a costa de sí mismos. Sin embargo, esta hipótesis tampoco es correcta: como ha demostrado recientemente el economista Peter Lindert, la redistribución de la renta lograda por los distintos gobiernos no ha variado significativamente desde los 80. Considerando tanto los impuestos pagados por los ricos como las transferencias recibidas por el resto (lo que Lindert denomina “progresividad neta”), los Estados reducen hoy la desigualdad tanto como lo hacían hace 40 años.

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En palabras de Lindert: “La revolución de Thatcher y Reagan fue limitada y temporal. Tal como acredita nuestro gráfico, ninguno de ellos revirtió el aumento de la progresividad redistributiva que se produjo a lo largo del siglo XX, y la influencia que ambos pudieran haber tenido ya ha sido completamente eliminada con el regreso gradual a la tendencia de una mayor progresividad neta”. El único país desarrollado donde Lindert acredita una fuerte caída de la influencia redistributiva del Estado no es ni Reino Unido —desde se mantiene—, ni EEUU —donde aumenta casi ininterrumpidamente desde los 70—, sino la muy socialdemócrata Suecia —donde se contrae en cerca de ocho puntos del índice GIni—.

Pero, entonces, si no ha sido el desarme neoliberal de los Estados lo que está impulsando el crecimiento de la desigualdad en Occidente; si los Estados son más grandes hoy que en 1980; si gastan más en políticas sociales que en 1980; y si redistribuyen tanto la renta como en 1980, ¿a qué se debe el aumento de la desigualdad? El propio Lindert nos proporciona la respuesta: “La falta de un claro movimiento hacia la regresividad desde los 70 y 80 nos proporciona un importante corolario para el debate público sobre el perturbador aumento de la desigualdad durante este mismo período. Ninguna parte de este incremento puede ser atribuido a un desplazamiento de los presupuestos públicos hacia la ayuda a los ricos a expensas de los pobres. Todo el incremento de la desigualdad ha de deberse a los cambios de fondo vividos en la economía de mercado, a saber, el sesgo tecnológico, la globalización o el aumento del capital humano”. Ciencia, educación y apertura comercial: los factores que explican tanto el (moderado) incremento de la desigualdad en Occidente como explican, en el conjunto del planeta, la mayor reducción de la pobreza en la historia de la humanidad y la primera reducción de la desigualdad global desde la Revolución Industrial.

Nuevamente, de lo que deberíamos preocuparnos no es de que aquellos que están en la vanguardia del progreso científico, educativo y empresarial se enriquezcan aceleradamente (salvo que lo hagan merced a privilegios estatales que disparen artificialmente sus remuneraciones). ¿O es que deberíamos penalizar y asfixiar el progreso científico, educativo y empresarial que está permitiendo vivir al mundo la era de mayor desarrollado jamás conocida? No, el problema no son los que generan riqueza, sino todos aquellos a los que se les impide generarla: esto es, de lo que sí deberíamos preocuparnos es de que el resto de la sociedad también pueda mejorar su calidad de vida. El foco debe situarse en combatir la pobreza, no la desigualdad.


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