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La última huida hacia delante de Mario Draghi

por Laissez Faire Hace 9 años
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Cuando se rechaza lo correcto, sólo queda intentar lo incorrecto. Tal parece ser el lema del Banco Central Europeo, quien se ha lanzado a premiar con una “flexibilización cuantitativa” de más de un billón de euros a los distintos gobiernos de la Eurozona por cuanto éstos se niegan a atajar los verdaderos problemas estructurales que sí padece el Viejo Conteniente: no la deficiencia de endeudamiento público y privado, sino la ausencia de libertad económica y de ahorro privado que permita una sana acumulación de capital interna. Con el QE, el BCE pretende sustituir las oportunidades y los capitales propios por la imprudente asunción de riesgos y el endeudamiento. No queremos crecimiento sano, pero abrazamos entusiasmados la hinchazón insana.

Claro que una cosa son las intenciones declaradas del QE (inducir al sistema financiero a que asuma mayores riesgos e incremente su crédito privado) y otro los resultados verosímiles. La lógica de los llamados “mecanismos de transmisión” peca de ingenua: que hasta finales de 2016 el BCE vaya a reemplazar 1,1 billones de euros en activos en manos de la banca por 1,1 billones de euros en efectivo no significa que los bancos, tras beneficiarse de ese generoso manguerazo de liquidez a costa del ciudadano europeo, procedan por necesidad a aumentar su provisión de crédito a la economía.

No parece demasiado probable que una banca europea todavía infracapitalizada y celosa de su solvencia vaya a incrementar masivamente su financiación a un sector privado maniatado por el infierno fiscal y regulatorio europeo; como tampoco parece que familias y empresas, cercadas por los excesos de un endeudamiento pasado ya alimentado por el BCE, vayan a aumentar significativamente sus demandas de nueva deuda. Previsiblemente, pues, la amortización de la deuda antigua seguirá superando la concesión de nuevos créditos, de modo que el volumen total de deuda continuará reduciéndose, consolidando así las actuales tendencias deflacionistas.

A la postre, la banca europea no se halla actualmente constreñida por su liquidez a la hora de prestar. Los bancos europeos disponen de un exceso de reservas de 100.000 millones que, hace poco más de medio año, el fueron multiplicadas por el propio BCE al anunciar un paquete de medidas conducente a proporcionar alrededor de 400.000 millones de euros a aquellos bancos que estuvieran interesados en prestar al sector privado. En aquel momento ya expresé mis dudas de que llevando al caballo al río, éste optara por beber sin tener sed; hoy sigo manteniendo esas mismas dudas ante la huida hacia delante que ayer protagonizó Draghi: proporcionar todavía más liquidez a la banca no solventa los problemas de base que impiden que “fluya el crédito”… y sin solventar tales problemas, el crédito simplemente no fluirá.

Dicho de otra manera, las flexibilizaciones cuantitativas no son ni condición necesaria ni condición suficiente para que se expanda de nuevo el crédito al sector privado. No son condición necesaria porque los bancos privados son autónomamente capaces de expandir el crédito cuando las condiciones fundamentales de la economía (solvencia del banco y solvencia del demandante del crédito) así lo permitan: jamás los bancos privados han necesitado de una inyección previa del banco central para prestar a familias, empresas o gobiernos. No son condición suficiente porque, en ausencia de cambios en las condiciones fundamentales, no consiguen que los bancos presten más, sino únicamente que atesoren la liquidez que han recibido.

Ciertamente, el QE pretende que esa condición insuficiente se torne en suficiente mediante una manipulación de las condiciones del mercado: si emborrachamos con liquidez a la banca y si, además, las compras de deuda pública y privada hunden por los suelos la rentabilidad de los activos adquiridos, entonces a la banca no le quedará otro remedio que expandir el crédito al resto de sectores de la economía. Y, desde luego, una combinación de sobredosis de liquidez y de tipos de interés nulos o incluso negativos terminaría empujando a la banca a escalar en riesgos para buscar rentabilidades algo más atractivas y, por tanto, a prestar a familias y empresas. Pero fijémonos en que lo que habrá conseguido en tal caso el QE no es que haya más buenas oportunidades de inversión en la economía, sino que el crédito aumente dentro de un contexto empresarial hostil a costa de que el conjunto del sistema financiero asuma riesgos que ese mismo sistema financiero juzgaba desproporcionados. Como dijimos al comienzo, el BCE busca sustituir oportunidades de inversión y ahorro propio por mayor riesgo y endeudamiento. Una fórmula que primero multiplica la fragilidad del sistema y luego termina socavándolo.

Acaso por ello, Draghi reiteró ayer que la verdadera solución a los problemas de Europa en ningún caso provendrá de una política monetaria expansiva, sino de las reformas estructurales y de los ajustes presupuestarios de sus gobiernos. Mas justamente el chute monetario del presidente del BCE contribuye a aplazar de manera indefinida cualquier reforma profunda en el esclerotizado modelo europeo: como ya hizo su ventanilla de rescate a gobiernos díscolos abierta durante la segunda mitad de 2012 (la OMT), en ausencia de mercados financieros que pongan de manifiesto las debilidades e insostenibilidades del crecimiento europeo a través de la prima de riesgo, sus gobiernos optan por dormirse en los laureles del artificialmente abaratado endeudamiento público y de unas hinchadas burbujas de activos que, efecto riqueza mediante, actúan como broteverdistas espejismos entre la población.

El QE europeo es un error, uno más en la gestión monetaria del BCE durante los últimos años. Lo que necesitamos no es más riesgo estéril y más deuda, sino más mercados y más ahorro interno: es decir, liberalizaciones, imperio de la ley y reducciones del gasto público y de los impuestos. En su presencia, el QE sería innecesario; en su ausencia, inútil o contraproducente. Los mayores —acaso únicos— beneficiarios de esta orgía monetaria serán gobiernos y bancos, esto es, los dos agente que han configurado la estructura actual del sistema financiero en su propio privilegiado provecho. Curioso que aquellos acostumbrados a clamar contra la socialización de pérdidas y el rescate a la banca estén aplaudiendo una medida que, en última instancia, tiene los mismos contraproducentes efectos.


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