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Real bills, real wealth

por Laissez Faire Hace 10 años
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Una de las críticas que ha alcanzado mayor popularidad durante los últimos años en contra de la Doctrina de las Letras Reales de Antal Fekete fue la de Robert Blumen: "Real Bills, Phony Wealth". Aunque el artículo requeriría de un análisis bastante extenso, procederé a destacar sus mayores fallos para evitar que la gente siga confundiéndose con el mismo:

1) Blumen sostiene que la Doctrina de las Letras Reales arranca con John Law: No es verdad; o al menos, es una verdad extremadamente sesgada. A lo largo de la historia ha habido diversas definiciones de lo que más tarde se ha llamado Doctrina de las Letras Reales. Históricamente, sin embargo, dos han sido las más relevantes: la versión de Adam Smith y la versión de John Law (que es la posteriormente utilizada por los directores del Banco de Inglaterra y la defendida por el movimiento antibullionista). Las diferencias entre ambas son muy sustanciales: 1. Adam Smith pensaba que sólo podían monetizarse letras de cambio giradas contra bienes de consumo presentes en alta demanda; John Law que podían y debían monetarizarse bienes futuros percibidos en el muy largo plazo. 2. Adam Smith pensaba que la correcta regulación de la monetización de letras de cambio presuponía la existencia de un patrón oro que permitiría impedir su refinanciación; John Law deseaba cargarse el patrón oro (el patrón plata de su tiempo, en realidad); 3. Adam Smith pensaba que, además del oro, la correcta monetización de letras requería de un sistema bancario libre y en competencia; John Law abogaba por el monopolio de la emisión de billetes contra bienes futuros. En suma: las versiones de Adam Smith y John Law no se parecen en casi nada y es necesario distinguirlas. Dado que Blumen escribe contra la versión de Antal Fekete de la Doctrina de las Letras Reales y Antal Fekete reivindica consistentemente la versión smithiana de la misma (asentada en los tres puntos anteriores) no parece correcto que induzca al lector a semejante confusión.

2) Blumen asegura que la monetización de las letras de cambio por parte de los bancos equivale a una expansión artificial del crédito, es decir, a crear crédito de la nada: Blumen sólo ve con buenos ojos el descuento bancario de letras cuando éste se produce con cargo a los fondos propios del banco o al capital que haya pedido prestado el banco a sus ahorradores. Sin embargo, rechaza que el banco pueda comprar letras de cambio mediante la creación de nuevos billetes o de nuevos depósitos “de la nada”, sin que haya ahorro implicado en el proceso. El error de Blumen en este caso es que por supuesto que hay ahorro implicado: desde un punto de vista financiero, cuando el banco crea un nuevo billete y su tenedor no lo cobra (o lo endosa a otra persona, quien tampoco lo cobra en oro), se está produciendo ahorro financiero; desde un punto de vista real (probablemente el más relevante), mientras el tenedor de un billete no lo utiliza para adquirir bienes de consumo, el tenedor del billete está ahorrando (difiriendo el consumo, en la concepción austriaca). La cuestión, por tanto, es que como la Doctrina de las Letras Reales restringe la emisión de nuevos billetes a, en última instancia, el valor monetario de los bienes de consumo presentes en alta demanda, existe un amplísimo encaje entre el ahorro real subyacente en la economía (activo circulante social: bienes de consumo creados y todavía no consumidos) y las deudas a muy corto plazo generadas por el sistema bancario con el propósito de, precisamente, terminar adquiriendo esos bienes (pasivos a la vista). Más en general, el error de Blumen es suponer que la demanda de dinero (atesoramiento) no es ahorro: sí lo es, sólo que es una forma de ahorro que pretende mantenerse líquida (en lugar de inmovilizarse en inversiones a muy largo plazo) y que, por consiguiente, sólo debería redirigirse en inversiones también muy líquidas (como las implicadas en la financiación de la brevísima etapa implicada en la distribución hasta el consumidor de bienes de consumo presentes en alta demanda).

3) Blumen acusa a la Doctrina de las Letras Reales de generar inflación: En la medida en que asume que la monetización de letras (bajo las restricciones antes apuntadas) supone crear “dinero de la nada”, entonces, y sumándose a una interpretación militante de la teoría cuantitativa del dinero, concluye que será un mecanismo inflacionista. Pero no: lo máximo que puede decirse de la Doctrina de las Letras Reales es que contribuye a estabilizar los precios de los bienes de consumo incrementando la velocidad de circulación del oro. Cuanto aumenta estacionalmente la producción de bienes de consumo en alta demanda, los sustitutos monetarios del oro (billetes emitidos contra letras reales, por ejemplo) aumentan estacionalmente para evitar el descenso de precios (malas noticias: precios y costes no se ajustan instantáneamente a cada transacción de mercado; por tanto, el desajuste de precios y costes ante una carestía transitoria de dinero, se saldaría con ajustes en forma de menor producción). Eso es todo: el descuento de letras –bajo los parámetros anteriores– no permite un incremento ilimitado del nivel general de precios (pues éste, en última instancia, está sometido a la convertibilidad en oro de los pasivos comerciales y bancarios). Si queremos tildar esta estabilización de precios de “inflacionista” podemos hacerlo, pero creo que confundiremos los términos: por un lado, no aumenta los precios sino que evita que caigan; por otro, no lleva asociada la creación y acumulación de ninguna mala deuda dentro del sistema. Si, aun así, insistimos en llamarle inflacionista, entonces también habrá que llamar inflacionista al patrón oro 100%, ya que éste también tiende a estabilizar el poder adquisitivo del oro a lo largo de prolongados períodos de tiempo (si caen los precios, la rentabilidad de producir oro aumenta y los recursos se trasladan a las minas para aumentar su producción y estabilizar el poder adquisitivo del oro). En suma: la Doctrina de las Letras Reales sólo proporciona al patrón oro un mecanismo para estabilizar el poder adquisitivo del oro a corto plazo; mientras que la producción real de oro es un mecanismo para estabilizarlo en el largo plazo. Si un mecanismo es inflacionista, el otro también lo es.

4) Blumen asegura que los defensores de la Doctrina de las Letras Reales son unos “monetary cranks” por cuanto creen que generando billetes se puede reducir la escasez de bienes económicos reales: Aunque ya he respondido a este argumento, conviene insistir en ello. Los defensores de la Doctrina de las Letras Reales sólo aseguran que, en tanto en cuanto el ajuste de precios y costes no es absolutamente perfecto e instantáneo, la única forma de hacer frente a una mayor oferta estacional de bienes (pensemos en las Navidades, cuando se agolpa la venta de la producción del último trimestre del año) es incrementando la velocidad de circulación del dinero (a través de la monetización de letras). Si no hay un incremento en la velocidad de circulación, tendrá que haber una caída generalizada de precios (más producción, misma cantidad de dinero = menores precios) y si los precios no pueden ajustarse (pues habrá que ajustar también los costes para mantener el margen de rentabilidad por producto, y los costes suelen ser bastante más rígidos), lo que sucederá es que parte del incremento de la producción no será rentable y dejará de producirse. Nada de esto supone creer que la impresión de dinero genera riqueza. No, simplemente supone constatar que la división del trabajo y el intercambio de mercancía son procesos que requieren de coordinación monetaria y sin una adecuada coordinación monetaria se van al traste. En el extremo, Blumen podría tildar de “monetary crank” a Menger, por sugerir que el descubrimiento del dinero permite profundizar en la división del trabajo e incrementar la productividad de la economía. ¿Es que a más dinero (algo dinero es “más” que nada de dinero) mayor producción?

5) Blumen sostiene que la Doctrina de las Letras Reales implica la creación artificial de crédito por cuanto el banco crea sustitutos monetarios sin pedir prestado el dinero a nadie: La idea, que conecta perfectamente con los tres puntos anteriores, es que sólo puede crearse legítimamente crédito transfiriendo dinero. Si el banco concede poder adquisitivo al sujeto A ha de ser porque previamente el sujeto B ha renunciado, a favor el banco, a su poder adquisitivo en forma de dinero. Si esto no sucede, se está generando en el agregado de la economía poder adquisitivo de la nada. El error de Blumen es bastante sencillo de localizar: el poder adquisitivo no sólo está representado por el dinero, sino también por la producción en general. Si yo tengo un coche y otro tiene dos motos, podemos intercambiar el coche por las dos motos sin que haya mediado dinero (trueque). La Doctrina de las Letras Reales sólo pretende sofisticar este proceso de intercambio una vez la economía ya cuenta con dinero: equivale a “acuñar monetariamente” a aquellas mercancías existentes y con un poder adquisitivo estable. Esto no es crear “poder adquisitivo de la nada”, sino facilitar que el poder adquisitivo que existe en forma de mercancías pueda ser utilizado en los intercambios sin necesidad de pasar por el estrecho cuello de botella que supone la oferta rígida y limitada del dinero (recordemos: el buen dinero ha de tener una oferta rígida y limitada). En el fondo, Blumen cae en las trampas típicas del mercantilismo: pensar que sólo el dinero sirve para efectuar intercambios. Sin saberlo, rechaza la Ley de Say, que establece que las mercancías en última instancia se intercambia por mercancías. ¿Cómo va a ser el dinero la única fuente de poder adquisitivo? La única fuente de poder adquisitivo son las mercancías; el dinero es sólo un mediador en los intercambios de las mismas, pero no tiene por qué tener el monopolio de esa mediación.

6) Blumen rechaza que la Doctrina de las Letras Reales pretenda aliviar la carestía de liquidez en una economía, porque todo bien económico es siempre escaso y la liquidez no es una excepción; si hay problemas de liquidez, su demandante sólo tiene que incrementar el precio que está dispuesto a pagar por la misma, esto es, aumentar el tipo de interés: El punto 6 deriva obviamente del 5. Tras conceder al dinero el monopolio de la liquidez (cuando sólo lo tiene en casos muy puntuales de extrema desconfianza social), argumenta que eso no supone ningún problema, pues la liquidez es escasa no por concederle el monopolio de los intercambios al oro, sino porque todo bien económico es escaso. De nuevo nos topamos con una trampa argumental: los defensores de la Doctrina de las Letras Reales son muy conscientes de que la liquidez es un bien escaso (no en vano, son quienes más han estudiado los problemas de la liquidez), pero se niegan a convertirlo en un bien artificialmente escaso. ¿Por qué razón, si existen bienes de consumo que pueden solventar problemas de liquidez mediante su monetización, Blumen pretende prohibir que se puedan utilizar? Como ya hemos señalado, la Doctrina de las Letras Reales pretende facilitar la explotación de la liquidez que se encuentra en unas pocas mercancías distintas del dinero. Oponerse a la Doctrina de las Letras Reales es concederle el monopolio de la liquidez al oro y, por tanto, convertir los tipos de interés bajo patrón oro en precios de monopolio. Por expresar su crítica de un modo más sencillo: su argumento equivale a que, en medio de una hambruna generalizada, ciertos terrenos fértiles se queden sin cultivar porque, por algún extraño motivo, alguien juzgue que la provisión de alimento sólo debe permitirse desde otros terrenos distintos. Nadie en esa situación afirmaría que, cultivando todos los terrenos acabaremos con la escasez económica de los alimentos, pero sí acabaríamos con su escasez artificialmente impuesta; es obvio que en ese contexto, sería un magro alivio el que se animara a la población a pagar precios más altos por la comida de los que podrían pagar si se cultivaran todas las tierras.

7) Blumen sostiene que una empresa que, teniendo activos circulantes monetizables pero que carezca de tesorería suficiente, merece quebrar, pues su auténtico problema no es de iliquidez sino de insolvencia y sus factores productivos deben ser asignados a fines más valiosos: Aunque Blumen pretenda redefinir iliquidez como insolvencia, ambas categorías económicas merecen seguir muy separadas. En concreto, Blumen afirma que insolvencia es no poder pagar a tiempo a tus acreedores. Entonces, ¿cuál es la diferencia entre no poder pagarles a tiempo (iliquidez) y no poder pagarles en absoluto (insolvencia)? Al margen de este error básico, lo que creo que quiere decir Blumen es que la iliquidez, como la insolvencia, puede requerir de ajustes reales en la estructura productiva que la expansión crediticia no debería impedir. En este sentido, la reestructuración productiva derivada de un concurso por iliquidez puede ser tan sana como la reestructuración derivada de un concurso por insolvencia. No voy a negar que, algunos casos de iliquidez, requieren de una sana reestructuración productiva: si yo no te puedo pagar en 20 años y no hay nadie dispuesto a financiarme por 20 años, he de reajustarme, incluso quebrando. Ahora bien, yo trazaría una distinción importante: no es lo mismo que una empresa no pueda pagar sus deudas por falta de tesorería que que una empresa no pueda pagar sus deudas por falta de bienes económicos presentes valorados por los consumidores. En el segundo caso, tenemos un ejemplo flagrante de mala inversión: los bienes que la empresa ha producido no permiten cubrir sus costes porque no eran los más urgentemente demandados por los consumidores. En el primer caso, sin embargo, lo que tenemos es un caso de buena inversión cuyo valor monetario la empresa no ha sido capaz de realizar. No es un problema de coordinación intertemporal, sino de coordinación interespacial: el productor no ha sido capaz de toparse con el consumidor; pero tanto la oferta como la demanda del bien X sí existen en el mercado. Este último diría que es un problema de liquidez que no tiene sentido que se solvente destruyendo el tejido productivo y es el típico problema de liquidez que contribuye a solventar la monetización de letras reales: no el de crear nueva demanda de la nada, sino el de permitir canalizar el poder adquisitivo representado por mercancías a la adquisición de otras mercancías. Es decir, el descuento de letras sólo permite complementar y sofisticar la red de intercambios representada por el dinero (al igual que el dinero permite complementar y sofisticar la red de intercambios representada por el trueque).

8) Blumen afirma que la monetización de letras provoca el “ahorro forzoso” de los tenedores de oro: El argumento básicamente establece que, como la monetización de letras concede poder adquisitivo de la nada a los tenedores de mercancías con valor estable, el poder adquisitivo de los tenedores de oro se ve reducido y, por tanto, no pueden consumir tanto como habrían consumido en ausencia de la monetización de las letras (ahorran forzosamente). Como ya habíamos dicho, en realidad todo el argumento de Blumen podría resumirse en que pretende concederles a los tenedores de oro el monopolio de los medios de cambio. La monetización de letras no genera poder adquisitivo de la nada, pues el poder adquisitivo está representado por las mercancías contra las que se giran las letras reales. La monetización de letras sólo contribuye a facilitar que los tenedores de mercancías con valor estable puedan participar en los intercambios en pie casi de igualdad con los tenedores de oro; o dicho de otro modo, incrementa las opciones de los productores en un mercado libre, al poder colocarles sus productos a un mayor número de oferentes de medios de cambio (a aquellos que tienen oro y a aquellos que tienen mercancías con valor muy estable). ¿Que el tenedor de oro puede salir perjudicado? Claro, deja de tener el monopolio de los medios de cambio; pero también sale perjudicado el tenedor de oro si parte de los intercambios pasan a realizarse en plata y no creo que Blumen quiera prohibir los intercambios en plata. En el fondo, lo que Blumen desearía imponer es el “ahorro forzoso” de los tenedores de mercancías de valor estable a costa de las ganancias extraordinarias (obtenidas vía liquidación desfavorable de mercancías) de los tenedores de oro. Pero recordemos una vez más la Ley de Say: mercancías se intercambian por mercancías; el oro es una mercancía más con unas propiedades muy especiales para ser el medio último de cambio, pero no hay razón alguna, más allá de las determinadas por los agentes económicos en un mercado libre, para que sea el único medio de cambio, sobre todo cuando existen otros bienes con otras propiedades no tan especiales, pero sí lo suficientemente especiales para la práctica totalidad de agentes económicos, como para desempeñar ese mismo papel.

En suma, las críticas de Blumen no refutan ni uno de los puntos de la Doctrina de las Letras Reales tal como fue enunciada por Adam Smith (es decir: monetización de letras giradas contra bienes de consumo en alta demanda, en un contexto de libertad y competencia bancaria y dineraria). Aunque Blumen pretenda pergeñar una crítica austriaca y subjetivista a la Doctrina de las Letras Reales, simplemente termina cayendo en las viejas trampas del mercantilismo al reivindicar el monopolio del oro como medio de intercambio y, por tanto, abrir la puerta a los injustificados temores sobre la escasez de oro y la inestabilidad de su demanda. No es casual que, al combinar el sistema monetario propugnado por Blumen con una economía cuyos ajustes nominales no son perfectos e instantáneos, muchos otros economistas no austriacos hayan concluido que el patrón oro debe abandonarse por entero, avanzando hacia un sistema de papel moneda con oferta elásticamente controlada por el Estado: justo el paso que terminaron dando los mercantilistas.

Y es que, en efecto, el patrón oro descrito por Blumen (oro sin crédito autoliquidable endógenamente generado) provocaría tales ineficiencias económicas que inexorablemente sería abandonado. Al final, cuando uno rechaza un patrón oro funcional tiende a padecer un patrón papel moneda disfuncional. La auténtica elección es entre un sistema monetario y crediticio de libre mercado (oro –o cualquier otro activo monetario que seleccione descentralizadamente el mercado– y crédito autoliquidable seleccionado por el mercado) o un sistema monetario y crediticio administrados por el Estado. Mientras no entendamos esto, los auténticos monetary cranks tendrán la batalla ganada.


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