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Leyendo a Piketty: la auténtica relación entre capital y renta

por Laissez Faire Hace 9 años
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Los capítulos 2, 3 y 4 de Capital en el siglo XXI de Thomas Piketty ofrecen una radiografía histórica sobre la evolución de la renta y del capital. Pero lo más relevante de la conjunción de estos tres capítulos no es tanto la descripción de los hechos pretéritos cuanto el interrogante que suscitan: cuál es la relación entre el capital acumulado y la renta.

El lento crecimiento de la renta

La tesis central de Piketty a propósito del crecimiento económico es que a largo plazo suele ser bastante modesto. Para que nos hagamos una idea, durante los primeros 17 siglos después de Cristo, la renta mundial apenas creció a una media del 0,1% anual y todo ese crecimiento fue imputable al incremento de la población (dicho de otro modo, la renta per cápita no aumentó entre el año 1 y el 1700). Fue a partir de 1700 y, sobre todo, a partir del s. XIX cuando las cosas comenzaron a cambiar de manera apreciable: el crecimiento económico medio entre 1700 y 1820 fue del 0,5% anual (si bien, el 80% del mismo se debió al aumento de la población), entre 1820 y 1913 fue del 1,5% anual (y el 60%, nueve décimas de media anuales, fueron imputables al aumento de la productividad y repercutieron en una mayor renta per cápita) y desde 1913 hasta la actualidad fue del 3% (siendo la mitad imputable al aumento de la población y la otra mitad al incremento de la productividad): gracias a ello, la renta per cápita mundial se ha multiplicado por 12 desde 1700 (por 23 en Europa y América) y el PIB global por 141.

Atendiendo a los datos, en principio el crecimiento económico se estaría acelerando. Piketty, sin embargo, cree que es más probable que la tasa de crecimiento describa una campana de Gauss: es decir, que, partiendo de unas tasas de crecimiento prácticamente nulas, hayamos alcanzado un cénit que hasta finales del s. XXI iremos viendo decrecer y estabilizarse en unas tasas medias anuales del 1,5%-2% (si bien el economista francés también contempla otros posibles escenarios más pesimistas). El motivo principal, a su juicio, será que la población mundial dejará de crecer y que, por tanto, tendremos que contentarnos con aumentos de la renta per cápita vía mejoras de la productividad.

En cualquier caso, Piketty pone de manifiesto que un crecimiento más lento aviva las llamas de la desigualdad: por un lado, una demografía explosiva tiende a diezmar el tamaño y la importancia de las herencias; por otro, una productividad explosiva logra que las rentas actuales ganen tamaño con respecto a la riqueza acumulada en el pasado. A mi juicio, no obstante, el economista francés está sobrevalorando la influencia del crecimiento sobre la igualdad en estos dos factores. Es verdad que una alta demografía diezma las herencias, pero si esa elevada demografía se concentra en los estratos más pobres de la sociedad (mientras que en los más ricos la demografía está controlada o sometida a reglas de transmisión de riqueza que tiendan a conservarla en pocas manos), lo que impide es, más bien, que los pobres se enriquezcan, ahondando en las desigualdades. Asimismo, y como el propio Piketty reconoce, un alto aumento de la productividad puede contribuir a que una minoría de individuos amase gigantescas fortunas en unos pocos años (si esos pocos individuos son los principales responsables de ese aumento de la productividad).

No sucede lo mismo, sin embargo, con un tercer factor que menciona Piketty y que sí tiene, a mi entender, bastante más relevancia a la hora de explicar cómo el crecimiento contribuye a la igualdad: en una economía sin crecimiento, los patrones de producción son estáticos, por los que apenas hay margen para la movilidad social y profesional (y el poco margen existente es en forma de juego de suma cero): “Cuando el crecimiento es igual o cercano a cero, las diversas funciones sociales y económicas, así como las actividades profesionales, se reproducen sin demasiados cambios de generación en generación. Por el contrario, con crecimientos del 0,5%, del 1% o del 1,5%, aparecen continuamente nuevas profesiones y nuevas habilidades que puedan ser aprovechados por cada generación”.

Dejando esta cuestión de lado, la hipótesis clave a propósito del crecimiento para comprender el resto de la obra es que, según Piketty, es altamente verosímil que el crecimiento mundial vaya a ubicarse en niveles máximos del 1,5%-2% medio anual durante el próximo siglo.

El capital: constante pero variable

De la radiografía histórica sobre el capital que nos ofrece Piketty sobresalen dos elementos. El primero, la constancia en sus cifras agregadas: Piketty mide el capital como un múltiplo de la renta anual (es decir, como Beta) y lo llamativo es que, tanto en Reino Unido, como en Francia, EEUU o Canadá, ese múltiplo se mantiene muy estable hasta 1913: en Reino Unido y Francia, la riqueza nacional equivale a siete años de renta anual entre 1700 y 1913 (es decir, Beta=700%), y en EEUU y en Canadá a unos cinco años (Beta=500%). La ratio entre riqueza y renta se desploma en Europa a partir de la Primera Guerra Mundial (hasta aproximadamente el 300%), mientras que en Norteamérica la caída es más suave y tardía, concretamente durante la Segunda Guerra Mundial y hasta el 400%. En ambos casos, sin embargo, la ratio riqueza/renta vuelve a crecer a partir de los años 50 con la tendencia clara de recuperar previos a la Primera Guerra Mundial. Por consiguiente, parece que existe una tendencia clara a que el capital represente, según el país, entre cinco y siete años de renta anual.

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Semejante constancia en el valor agregado del capital no debería conducirnos, empero, a considerar que su composición también es constante. Más bien al contrario, la composición del capital agregado ha sufrido, según el propio Piketty, una auténtica metamorfosis desde comienzos del siglo XIX. En concreto, los dos hechos más llamativos de la mutante composición de la riqueza nacional son: por un lado, la desaparición casi total del valor de las tierras de labranza; por otro, el notable crecimiento del valor de las viviendas familiares.

En cuanto al primer punto, las tierras de labranza pasan de representar entre tres y cuatro años de renta anual en Reino Unido y Francia a comienzos del s. XVIII a ser del todo irrelevantes (menos de dos meses de renta anual) a comienzos del s. XXI. Dicho de otra manera, los terratenientes pasaron de concentrar toda la riqueza nacional a ser unos actores sin peso significativo dentro de la distribución de la riqueza. En cuanto al segundo punto, el valor de las viviendas familiares en Francia y Reino Unido se ha incrementado desde un año de renta anual a comienzos del s. XVIII hasta tres o cuatro años a comienzos del s. XXI: no en vano, la riqueza en forma de viviendas familiares llega a representar ahora mismo hasta el 50% de toda la riqueza nacional. Ambas tendencias también se manifiestan en Canadá y EEUU, aunque de un modo algo menos acusado.

Por consiguiente, aunque el valor agregado del capital se mantiene constante en relación con la renta anual (salvo por unas pocas décadas a lo largo del siglo XX y con claras tendencias a la reversión), su composición varía de un modo muy radical a lo largo de tres siglos, hasta el punto de que riquezas preponderantes pasan a ser marginales y riquezas poco relevantes pasan a ser preponderantes.

El cambio radical en la composición del capital será un factor muy importante para analizar los próximos capítulos ya que, si nos fijamos, en el s. XVIII toda la riqueza nacional se concentraba en la tierra y en algunas empresas que, debido al bajo crecimiento, eran bastante estáticas (recordemos que, como hemos visto, con un crecimiento nulo los patrones productivos tienden a reproducirse de generación en generación, de modo que lo habitual es que las empresas ya consolidadas tiendan a ser las que sigan copando el mercado): es decir, en el s. XVIII todo el capital se materializaba en formas de riqueza fácilmente heredables, pues la renta era un producto o de la naturaleza (tierra) o de la repetición estática de las condiciones productivas. En cambio, en el s. XXI, la riqueza o se materializa en una vivienda familiar (que obviamente sí es heredable, pero tiene un margen muy limitado para generar renta y autorreproducirse) o en activos empresariales sometidos a un entorno competitivo y dinámico muy violento (y, por tanto, difícilmente heredables).

Pero, de momento, concentrémonos en reflexionar sobre la enigmática relación entre capital y renta.

El puzle de la relación estable entre capital y renta

Como acabamos de comentar, el valor agregado del capital tiende a mantenerse constante entre el 500% y el 700% de la renta anual. En principio, esta constatación histórica puede no resultar demasiado enigmática: pero si tenemos en cuenta que, como ya hemos visto, la renta nacional anual ha crecido desde el año 1700 a una tasa media del 1,6% anual y, según nos relatará Piketty en el capítulo 6 de su libro, la tasa de retorno media del capital se ha ubicado entre en el 5% anual, el asunto ya cambia frontalmente. ¿Cómo es posible que en 1700 la relación capital/renta fuera del 700% (en Reino Unido y Francia) y más de tres siglos después se halle en el 600% si la rentabilidad del capital ha duplicado, como media, al crecimiento económico?

El interrogante no es menor. Como el propio Piketty explica: “La tesis de este libro es que un diferencial aparentemente pequeño entre la tasa de retorno del capital y la tasa de crecimiento puede tener importantes y desestabilizadoras consecuencias en la dinámica de la desigualdad social”. No en vano, creciendo al 1,6% anual desde 1700, la renta anual debería haberse multiplicado por 144 en 2012… pero creciendo al 5% la riqueza nacional debería haberse multiplicado por 4,2 millones, de manera que la ratio capital/renta debería haber pasado desde el 700% al 2.982.085%. Pero no: la ratio no sólo no sube, sino que cae ligeramente hasta el 600%. ¿Por qué?

Piketty no afronta la cuestión de manera directa y sistemática. Las explicaciones parciales que ofrece se refieren específicamente al siglo XX y tratan de justificar la reducción del stock de riqueza apelando a los impuestos sobre las rentas del ahorro y a la enorme destrucción de capital que tuvo lugar durante las dos guerras mundiales. Pero esta explicación parcial no es convincente, ya que no puede explicar por qué la ratio capital/renta en 1913 era la misma que en 1700 (el 700%, tanto en Reino Unido como en Francia): con una rentabilidad después de impuestos del 4,5% y un crecimiento económico medio del 0,93% anual, la ratio debería haberse incrementado hasta 168.830% en 1913. Pero, de nuevo, siguió atada al 700%. ¿Por qué?

Resolviendo el puzle

Piketty concibe el capital como si fuera un fondo que va acumulándose a partir del ahorro de generaciones pasadas, de manera que la única explicación que cabe hallar a este puzle y que sea compatible con su óptica es asumir que no toda la rentabilidad del capital es reinvertida y acumulada, sino que una parte significativa es consumida sistemáticamente por los capitalistas. Por ejemplo, si la tasa de retorno después de impuestos es el 4,5% y asumimos que los capitalistas consumen el 80% de la tasa de retorno, entonces el capital sólo se estaría incrementando año a año a una tasa del 0,9%, la misma a la que estaría creciendo la economía.

Como veremos en el próximo artículo, éste es justamente el modelo que tiene Piketty en la cabeza cuando desarrolla su “segunda ley fundamental del capitalismo”. La tesis tiene cierto sentido y, desde luego, en una economía estacionaria y en equilibrio sería la que permitiría explicar el equilibrio entre todas las variables. Incluso en nuestras economías, es evidente que una parte fundamental de las rentas del capital son consumidas y no reinvertidas: por ejemplo, ya hemos indicado que la mitad del stock de capital actual está concentrado en forma de viviendas familiares; en el retorno de esas viviendas familiares no sólo hay que incluir las rentas por alquileres sino, sobre todo, las llamadas “rentas inmobiliarias imputadas” (los alquileres que una familia se ahorra por vivir en una casa de su propiedad): pero, evidentemente, las rentas inmobiliarias imputadas no son un rendimiento monetario reinvertible, sino una expresión de una renta del capital que es consumida al 100% (esto es, la mayor parte de las rentas del capital de la mitad del stock de riqueza no son reinvertibles, sino que son por necesidad consumidas al 100%).

Pero esto no resuelve la totalidad del enigma, pues gran parte de las rentas del capital sí son reinvertibles, de modo que debemos preguntarnos: ¿es razonable asumir que, en una economía dinámica y cambiante, la tasa de consumo de los capitalistas se adapta constantemente a los cambios en el crecimiento medio de la economía de tal manera que el valor agregado del capital se mantenga constante? Ciertamente no lo parece, por lo que habrá que buscar alguna explicación más que resulte razonable.

Para resolver el puzle es necesario valernos de un concepto muy sencillo de economía financiera: el llamado “valor actual”, a saber, el valor del capital es igual al valor presente de sus rentas futuras. Matemáticamente:

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Por ejemplo, si esperamos que una tierra de labranza genere perpetuamente una cosecha de trigo con un valor de mercado igual a 10.000 euros, el valor de la tierra será igual al de valor presente de una cosecha futura infinita de 10.000 euros anuales. ¿Cómo descontamos el valor de las rentas futuras para trasladarlo al presente? A través del tipo de interés. Si el tipo de interés es del 5%, el valor actual de esa tierra será de 200.000 euros.

Por consiguiente, el valor del capital (de la riqueza de un país) no depende del ahorro histórico acumulado, sino del tipo de interés (que, a su vez, depende, a su vez, de la impaciencia y de la aversión al riesgo de los agentes económicos) y, sobre todo, de la capacidad de ese stock de capital de generar rentas futuras. Si invertimos el ahorro en formas de riqueza que no son capaces de generar nueva renta, el valor de esa riqueza inútil será nulo: por tanto, nos limitamos a dilapidar el ahorro sin incrementar el stock de riqueza de la sociedad.

Apliquemos estos principios a una economía cuya renta anual crece a una tasa constante del 2%. ¿Puede esa economía seguir creciendo al 2% y que la tasa de retorno de su capital sea el 5%? Sí puede. En el siguiente cuadro tenemos una economía cuya renta anual agregada crece al 2% y se reparte en un 60% a trabajadores y en un 40% a capitalistas. Si el stock de capital se calcula descontando las rentas del capital a un tipo de interés del 5%, los capitalistas obtendrán —por definición— una tasa de retorno del 5% anual (el resultado de dividir rentas del capital entre stock de capital) y la ratio capital/renta se quedará estable en el 800%.

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Como decíamos, Piketty analizará el resultado del siguiente modo: en el año 1, los capitalistas obtienen unas rentas de 400.000 euros pero sólo incrementan el stock de capital en 160.000 euros, de manera que la tasa de ahorro de los capitalistas es del 40% (el 60% de sus rentas del capital son consumidas y no contribuyen a incrementar el stock de capital). La explicación sería válida en un equilibrio estacionario. Sin embargo, esa explicación es insuficiente en una economía dinámica. La interpretación completa es la siguiente.

El valor del stock de capital por necesidad se mantiene atado el valor presente de las rentas futuras que genera ese stock de capital, de manera que si las rentas del capital no crecen más de un 2% al año, el valor del capital no puede aumentar por encima de un 2% al año (salvo que se modifiquen los tipos de interés a los que de descuentan esas rentas). Ahora, el origen de toda la confusión procede de pensar que el hecho de que la tasa de ganancia del capital sea del 5% al año significa que las rentas del capital se estén incrementando un 5% al año. Y no: como vemos en el cuadro anterior, las rentas del capital pueden crecer al 2% y la tasa de retorno puede ser del 5% (por tanto, , donde gk es el crecimiento de las rentas del capital y r la tasa de retorno del capital). Dicho de otra manera, aunque los capitalistas reinviertan el 100% de sus rentas del capital, si con esa reinversión no logran incrementar las rentas agregadas del capital por encima del 2%, su stock capital no podrá revalorizarse por encima de un 2%. El valor del stock de capital, repetimos, no viene determinado por la acumulación histórica de capital reinvertido por los capitalistas, sino por el valor presente de las rentas que ese stock de capital sea capaz de generar.

Por ejemplo, supongamos que Mercadona obtiene una tasa de retorno anual del 10% y la reinvierte al 100% abriendo de continuo nuevos supermercados. Ciertamente, los beneficios de Mercadona crecerán un 10% al año y, por tanto, el valor del capital de Mercadona también crecerá un 10% al año. Ahora bien, que los beneficios de Mercadona crezcan un 10% significa, en parte, que otras compañías de la distribución alimentaria entrarán en pérdidas (pues no podrán competir con Mercadona) y esas pérdidas destruirán el stock de capital de esas otras compañías. Por tanto, aunque el stock de capital de Mercadona crezca al 10% anual, eso no significa que las rentas del capital del conjunto de la economía crezcan al 10% (pues parte de las rentas del capital de los competidores de Mercadona se destruyen) y, por tanto, que el valor del stock de capital de la economía crezca al 10%. Precisamente, recordemos que aunque el valor agregado del capital tienda a ser constante en relación con la renta agregada, su composición es muy variable: verbigracia, el valor de las viviendas se puede disparar a costa de que el valor de la tierra desaparezca.

Teniendo en cuenta que, como el propio Piketty nos expondrá en capítulos venideros, el peso de las rentas del capital dentro del PIB se ha mantenido constante en torno al 30-40%, es obvio que la reinversión del capital no ha contribuido a que las rentas del capital crezcan más rápido que las rentas del trabajo y, en tal caso, es imposible que el stock de capital de la economía crezca más rápido de lo que crece la renta nacional (por eso, justamente, la ratio capital/renta se ha mantenido estable durante siglos).

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Eso no quita, claro está, que si la reinversión del capital consiguiera incrementar las rentas futuras del capital por encima de las rentas del trabajo, la relación capital/renta sí tendería a aumentar: la mecanización futura de procesos productivos puede contribuir, ciertamente, a que la mayor parte de la producción anual de una sociedad tienda a ser imputable a la riqueza acumulada en forma de máquinas y, en tal caso, la ratio capital/renta sí aumentaría.

Lo que todo esto significa es que es perfectamente compatible que la tasa de retorno del capital se sitúe sistemáticamente por encima del crecimiento de la renta agregada anual y que la ratio capital/renta se mantenga constante en el tiempo. Primero, porque no toda la tasa de retorno tiene por qué ser reinvertida; segundo, porque el valor de las reinversiones agregadas depende de su capacidad para incrementar las rentas del capital y el incremento agregado de las rentas del capital no equivale a la tasa de ganancia agregada del capital.

Por desgracia, Piketty no llega a perfilar todas estas interrelaciones y trata de explicar la dinámica entre el capital y la renta a través de la denominada “segunda ley fundamental del capitalismo”. De ella nos ocuparemos el siguiente artículo.


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