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No a Arias Cañete

por Laissez Faire Hace 10 años
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Rajoy ya ha escogido su candidato para las elecciones europeas del próximo 25 de mayo: Miguel Arias Cañete. Albricias. La ciudadanía ya puede volver a dormir tranquila una vez despejada semejante crucial incógnita. Conocidos los carteles de PP y PSOE, las dos principales corporaciones políticas de este país, ya podemos proceder a reproducir el rito electoral que terminará encumbrando tanto a Cañete como a Valenciano a los cómodos sillones bruselenses para embolsarse mes a mes generosísimas remuneraciones a costa de las rentas y de las libertades del conjunto de los europeos.

En cierto modo, pues, la fatalidad eurocrática es inexorable: si Rajoy, en lugar de nombrar a Cañete, hubiese colocado a Mickey Mouse como cabeza de lista electoral, las diferencias en cuanto a apoyo social y, sobre todo, en cuanto a propuestas reformistas de calado serían más bien escasas.

Pero, pese a esa inexorable fatalidad electoral, no conviene olvidar los dos grandes motivos que deberían alejarnos de la papeleta de Cañete en los próximos comicios. Al cabo, Cañete simboliza -y ya es decir- lo peor del PP, tanto en España como en Europa.

Dentro de España, el PP encarna el desprecio visceral hacia el contribuyente: es un partido que no ha dudado en emplear la mentira sistemática para saquear a familias y empresas con el propósito de mantener un Estado sobredimensionado. Evidentemente, el artífice de semejante voracidad gubernamental ha sido Montoro al diktat de Rajoy, pero Cañete encaja como un guante dentro de ese sanguijuelil desparrame de fondos estatales.

Olvidándonos por un momento de su deplorable y populista campaña para que la Sepi use nuestro dinero en adquirir una participación en Deoleo, el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente es el ministerio por excelencia de la subvención, de la transferencia de rentas, del untamiento empresarial y de las regulaciones anticompetitivas; es un ministerio que sólo existe para minar la capacidad de generación de riqueza del agro español y para incentivar su desmantelamiento con el dinero de todos los contribuyentes europeos.

Tal como explico en mi libro Una revolución liberal para España el intervencionismo estatal sobre el campo debería desaparecer por entero, emulando el ejemplo de Nueva Zelanda en los años 80, un país que desde entonces ha experimentado una verdadera revolución agraria.

Pero Arias Cañete es la antítesis de ese reformismo liberalizador: lo suyo es el reparto arbitrario y caciquil de fondos para mantener la agricultura española postrada a la planificación estatal.

Dentro de Europa, Cañete también simboliza lo peor de la Unión Europea: la sumisión dócil al hiperestatismo europeísta concebido como una oportunidad burocrática para parasitar al resto de europeos; la defensa de la cartelización regulatoria para hundir la productividad del Viejo Continente; y, en suma, el corruptor cabildeo para capturar permanentemente rentas, prebendas, favores y dádivas en favor del partido y de los grupos de presión que lo rodean. De Cañete suele decirse que “se mueve como pez en el agua en las instituciones europeas”, lo que sólo sirve para volver a acreditar su vacuidad ideológica y su exquisita profesionalidad a la hora de interactuar con otros prohombres inescrupulosos.

España debería seguir la línea euroescéptica de Reino Unido para renegociar su situación dentro de Europa hasta adquirir el estatus de Noruega o Islandia; a saber, abandonar la liberticida y manirrota estructura política y eurocrática de la Unión Europea, pero conservando la libertad de movimientos de personas, mercancías y capitales. Pero Cañete es, de nuevo, la antítesis de esta imprescindible descentralización europea: su misión es apuntalar el statu quo en el que tanto han medrado burócratas y dinosaurios políticos merced a la restricción de las libertades de los ciudadanos.

El Gobierno de Rajoy nos ha dado a lo largo de estos dos años más que suficientes motivos para denegarle cualquier tipo de apoyo electoral. El nombramiento de Cañete, quintaesencia de ese rajoyismo grisáceo que quiere barnizar de tecnocracia funcionarial lo que sólo es una plutocracia extractiva, nos ha brindado un convincente argumento más.


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