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El primer tratado comercial de la era Trump

por Laissez Faire Hace 5 años
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Trump llegó a La Casa Blanca con un discurso fuertemente mercantilista. Al grito de “América Primero”, el republicano cargó contra los altos déficits exteriores de EEUU y prometió fomentar las exportaciones al tiempo que frenaba las importaciones, especialmente las procedentes de países como México o China a los que incorrectamente atribuía la desindustrialización del país. Desde entonces, Trump ha elevado numerosos aranceles (sobre los paneles solares, sobre las lavadoras, sobre el acero, sobre el aluminio y sobre diversas importaciones chinas por valor de 50.000 millones de dólares) y ha denunciado varios tratados comerciales multilaterales, entre ellos el Tratado Transpacífico (TPP) y el NAFTA con Canadá y México.

Hay algunos que opinan que, pese a las apariencias, este agresivo comportamiento proteccionista de Trump responde, en el fondo, a un plan oculto del republicano para liberalizar los flujos comerciales internacionales: “si el resto de países mantienen barreras arancelarias que no desean eliminar, amenázalos con mayores aranceles hasta que cedan y los bajen”. La hipótesis puede resultar atractiva para quienes continúen teniendo esperanzas en que Trump (quien se ha llegado a autocalificar como “el hombre arancel”) sea un libertario encubierto bajo los ropajes negociadores de un discurso populista y nacionalista: pero hasta que no haya logros palpables en materia de liberalización comercial global —en lugar de los retrocesos sufridos hasta la fecha— no dejaremos de estar ante una voluntariosa hipótesis más.

De hecho, dos años después de iniciado su mandato, ya tenemos algunos hechos palpables que no apuntan especialmente en la dirección de que Trump esté elevando sus aranceles internos para conseguir fuertes liberalizaciones comerciales exteriores. Y es que, tras varios meses de discusiones, EEUU, Canadá y México ya han acordado la versión 2.0 del NAFTA, su tratado de libre comercio (denominado ahora USMCA, United States-Mexico-Canada Agreement): ese tratado que Trump llegó a calificar como “el peor acuerdo comercial de la historia”. El hito es relevante porque se trata del primer pacto comercial negociado íntegramente por el propio Trump desde la Casa Blanca y, por tanto, ya estamos ante un resultado final de su política comercial y no ante un posible farol negociador que acaso busque nuevas concesiones futuras. El USMCA es un acuerdo satisfactorio según los estándares económicos del republicano.

¿Y cuáles son los novedosos contenidos del USMCA frente al NAFTA? En realidad, muy pocos: por un lado, algunas exportaciones estadounidenses ganan una cierta mayor penetración en México y Canadá pero, a su vez, algunas otras importaciones estadounidenses desde México y Canadá se ven bastante más penalizadas que en la actualidad. Es decir, más que avanzar hacia el libre comercio, el USMCA es una pequeña actualización del NAFTA (y remarco lo de “pequeña”, porque las diferencias entre el USMCA y el NAFTA son bastante escasas) con espíritu claramente mercantilista: fomentar las exportaciones y penalizar las importaciones de EEUU.

En concreto, el USMCA contiene algunas aperturas comerciales que deberían ser aplaudidas por cualquiera liberal:

    Canadá levanta parcialmente sus restricciones a la exportación de productos lácteos estadounidenses: Hasta ahora, EEUU sólo podía suministrar un máximo del 1% del mercado lácteo canadiense y ahora podrá llegar a abastecer el 3,6% (si bien bajo el TPP que Trump se negó a firmar al inicio de su mandato ya se contemplaba una ampliación hasta el 3,25%)

    Ciertos productos agrarios de EEUU también ven incrementado su acceso a Canadá (pollo, pavo, huevos o vinos) y a México (queso).

    Aumentan las cuotas exportadoras de vehículos o de componentes de vehículos desde Canadá o México a EEUU: Canadá, por ejemplo, podrá exportar 2,6 millones de vehículos libres de aranceles, frente a los 1,8 millones establecidos en la versión actual del NAFTA.

    Se incrementan los niveles de minimis al tráfico transfronterizo de bienes: Es decir, se eleva el importe de bienes de pequeño valor que pueden cruzar las fronteras norteamericanas sin pagar aranceles (Canadá lo aumenta de 20 a 40 dólares canadienses, o a 150 si se trata de ventas online, mientras que México lo aumenta de 50 a 117 dólares).

Como digo, todas estas mejoras contribuyen a liberalizar marginalmente el comercio entre los tres países y, por tanto, son reformas loables. Pero, al mismo tiempo, dentro del nuevo NAFTA también existen otros cambios que empeoran apreciablemente el tratado. En particular:

    Se agravan las reglas de origen en el intercambio de automóviles: En la actualidad, un vehículo puede exportarse libre de aranceles entre México, Canadá y EEUU si un 62,5% de sus componentes ha sido fabricado en alguno de estos tres países. Con el nuevo NAFTA, este porcentaje será el 75%, lo que dificultará fabricar automóviles baratos con piezas importas desde terceros países. Por ejemplo, México no podrá importar componentes baratos de Alemania para ensamblarlos en su territorio y exportar el vehículo terminado a EEUU.

    Se establecen nuevas trabas a la competitividad salarial de las exportaciones mexicanas de automóviles: En particular, el nuevo NAFTA exige que un 30% de todo el valor de un automóvil exportado (o un 45% a partir de 2023) haya sido fabricado por trabajadores con salarios superiores a 16 dólares la hora; una cifra que triplica los salarios medios actuales en el sector de la automoción mexicano. Dicho de otro modo, México tendrá muy complicado exportar vehículos baratos a EEUU aprovechando su ventaja competitiva (que no es la alta productividad sino los bajos salarios). Se trata, pues, de una nueva e importante barrera no arancelaria que no estaba presente en el NAFTA original.

    Se mantienen los aranceles estadounidenses contra la importación de acero desde Canadá (técnicamente, Canadá no logra protección contra la sección 232): El pasado mes de marzo, Trump aumentó los aranceles a la importación de acero para prácticamente todos los países del mundo (incluido Canadá) desde el 10% al 25%. Algunos analistas pensaron que esa medida tenía como objetivo presionar a Canadá a renegociar el NAFTA, pero el arancel se mantiene una vez acordado el nuevo NAFTA. Es decir, Trump no sube aranceles solamente para negociar, sino también porque cree en ellos para proteger a la ineficiente industria siderúrgica nacional.

    Introducción de una cláusula de expiración (sunset clause) del USMCA al cabo de 16 años: Es decir, este nuevo tratado terminará al cabo de 16 años y, en todo caso, deberá revisarse cada seis, lo que socava una mínima seguridad y previsibilidad jurídica en el tráfico de bienes entre estos tres países.

    Aumenta la protección de la propiedad intelectual estadounidense: El copyright de obras estadounidenses en Canadá se eleva de 50 a 70 años y los medicamentos estadounidenses exportados a Canadá no podrán competir con genéricos hasta pasados 10 años (frente a los ocho actuales). Es decir, EEUU endurece ese privilegio anticompetitivo constituido por el monopolio intelectual (patentes y copyrights).

En definitiva, es verdad que el USMCA contiene algunas medidas para liberalizar el comercio entre Canadá, EEUU y México, pero también contiene otras dirigidas a limitarlo. El denominador común del primer tratado comercial de la era Trump no parece ser la liberalización comercial real sino, más bien, un enfoque puramente mercantilista de las relaciones comerciales: a saber, abrir mercados extranjeros para mis exportaciones y cerrar mis mercados locales para las exportaciones de otros países. En todo caso, y con alguna excepción (flexibilización del mercado lácteo canadiense; mayores obstáculos regulatorios a la exportación de vehículos competitivos desde México), estamos únicamente ante cambios apenas cosméticos con respecto antiguo NAFTA. Si éste era, como aseguró Trump, el peor acuerdo comercial de la historia, el NAFTA 2.0 que él ha promovido será por definición igual de malo; y si, en cambio, el USMCA resulta ser un trato comercial maravilloso, por necesidad el NAFTA que él denostó ya era aproximadamente un trato igual de positivo que éste. Del populismo al mercantilismo.


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