image

Desigualdad, crecimiento y sectarismo intelectual: réplica a cuatro economistas y un filósofo

por Laissez Faire Hace 7 años
Valoración: image5.00
Tu Valoración:
* * * * *

La igualdad es un valor presente en la mayoría de ideologías: desde el liberalismo al socialismo, pasando por el republicanismo o el utilitarismo, casi todas las personas sienten algún tipo de vinculación moral con la igualdad. Por supuesto, no todas ellas entienden la igualdad del mismo modo: el liberalismo defiende la igualdad ante la ley; el socialismo una igualdad de resultados asociados al esfuerzo o a las necesidades; la socialdemocracia, una igualdad de aquellas oportunidades suministradas por el Estado de Bienestar; el nacionalismo, una igualdad de pertenencia al grupo condicionada por las características étnicas de cada individuo; el republicanismo, una igualdad democrática en la conformación del bien común, etc. Pero todas ellas sí la glorifican en cierta medida.

Dos de mis últimos artículos en este medio han versado sobre la igualdad —“¿Perjudica la igualdad al crecimiento económico?” y “La desigualdad no genera infelicidad”— y han levantado cierta polémica, dado que contradecían varias proposiciones básicas de quienes consideran relevante interpretar la igualdad económica de un determinado modo —bajas dispersión en la distribución de la renta— y colocar esa concepción de la igualdad como una de las metas de nuestras políticas públicas.

Cuatro economistas y un filósofo —Manuel Hidalgo, Kamal Romero, Gonzalo López, Jorge Díaz y Borja Barragué— consideran que las conclusiones alcanzadas en sendos artículos son “deshonestas” por manipular la evidencia científica en la que se fundamentan. Para demostrar su acusación, los cinco analistas repasan críticamente la literatura que menciono para respaldar mis tesis. Como a continuación expondré, las críticas que efectúan contra la literatura que referencio son apresuradas, desinformadas, parciales y —si todo lo anterior es deliberado— deshonestas, de modo que en absoluto logran el propósito que pretendían alcanzar: más bien tiendo a pensar que cosechan el opuesto, a saber, ilustrar un profundo sesgo de confirmación ideológico de los cinco replicadores.

Antes de responder punto por punto a las críticas que exponen, permítanme reescribir resumidamente la tesis que desarrollo en los dos artículos anteriores (invito al lector a que relea esos dos artículos para que compruebe que la siguiente síntesis es del todo fidedigna):

La desigualdad de rentas puede acarrear efectos negativos sobre el crecimiento (por deterioro del capital humano y por ruptura de la cohesión social) pero también efectos positivos (vía incentivos a la formación y al ahorro). El resultado a priori es indeterminado.
Un meta-análisis de los papers que estudian la relación entre desigualdad de renta y crecimiento concluye que la misma es estadísticamente significativa, pero no económicamente relevante (Neves et alii 2016).
La desigualdad que se gesta por un empobrecimiento de las rentas bajas sí tiene efectos negativos sobre el crecimiento; la que se gesta por un aumento de las rentas altas posee efectos positivos (Voitchovsky 2005).
La desigualdad en los países desarrollados no tiene efectos negativos sobre el crecimiento; la desigualdad en los países en vías de desarrollo sí (Kolev y Niehues 2016).
En definitiva, la desigualdad que resulte del enriquecimiento de aquellos individuos que se esfuercen, que ahorren y que innoven es positiva para el crecimiento económico (Castells-Quintana y Royuela 2017).
La desigualdad de la renta —como variable separada de otras variables socioeconómicas— puede acarrear efectos negativos sobre la felicidad (por la llamada “ansiedad de estado”) pero también efectos positivos (por el llamado “factor esperanza”). El resultado a priori es indeterminado.
La desigualdad de rentas no tiene ninguna influencia sobre la felicidad en los países desarrollados y está vinculada a una mayor felicidad en los países en vías de desarrollo (Kelley y Evans 2017).
En su réplica, los cinco analistas no han disputado ninguna de estas conclusiones: simplemente han intentado reinterpretar o desacreditar los papers en los que se basan para, de ese modo, demostrar que yo los he distorsionado con la finalidad de alcanzar este conjunto predeterminado de conclusiones. A continuación, examinaré las (pobres) críticas que lanzan contra cada uno de los cinco papers referenciados:

Sobre (Neves et alii 2016): Se me reprocha que oculte que este paper afirma que la desigualdad de riqueza sí afecta negativamente al crecimiento económico; también se me reprocha que oculte que en el paper se sostiene que la desigualdad de ingresos sí tiene consecuencias negativas en los países en vías de desarrollo.
Mi objeto de estudio en ambos artículos es la desigualdad de renta: tanto cómo afecta la desigualdad de renta al crecimiento cuanto a la felicidad. En particular, mi primer artículo pretende dar una réplica a los recientes estudios de la OCDE y del FMI que relacionan desigualdad de la renta con un menor crecimiento. Si la desigualdad de riqueza afecta al crecimiento económico —y por qué canales lo hace— merecería ser objeto de otro estudio que en todo caso no resultaría incompatible, sean cuales sean sus conclusiones, con el que de mis dos otros artículos.
Que la desigualdad de la renta afecta negativamente al crecimiento de los países en vías de desarrollo es algo que yo mismo recalco en mi artículo. Me autocito: “Si separamos entre desigualdad en los países subdesarrollados y los países desarrollados, descubriremos que la desigualdad solo está negativamente relacionada con el crecimiento en los países subdesarrollados, no en los desarrollados”. Extraño que se me reproche ocultar aquello que yo mismo expongo.
Por cierto, muy significativo que lo único que sean capaces de recriminarle mis cinco replicadores a este paper sean esos dos puntos auxiliares: en esencia, porque el estudio de Evans et alii es un meta-análisis que estima el efecto medio hallado por el conjunto de papers publicados entre 1994-2014 a propósito de la influencia de la desigualdad sobre el crecimiento. Si mis cinco replicadores dan por bueno el paper con esas dos salvedades, están dando por bueno que la literatura científica a propósito de desigualdad de la renta y crecimiento económico concluye que los efectos de la desigualdad de ingresos sobre el crecimiento económico son irrelevantes económicamente dentro de los países desarrollados (justamente, una de las tesis de mi artículo). Si creen que, por el contrario, el paper de Neves et alii padece otros problemas más graves que socavan sus conclusiones sobre los efectos de la desigualdad de renta, habría estado bien que los pusieran de relieve con preferencia sobre esas dos glosas completamente auxiliares que han escrito.

Sobre (Voitchovsky 2005): Se me critica que yo supuestamente diga que el paper contiene datos de países desarrollados y en vías de desarrollo, cuando sólo contiene de los segundos; también se me reprocha que el paper adolezca de deficiencias metodológicas que el propio ensayo reconoce y que yo oculto.
En ningún momento digo que el paper de Voitchovsky analice el efecto de la desigualdad tanto en países desarrollados como en países en vías de desarrollo (al contrario, el paper al que remito para estudiar las diferencias entre ambos grupos de países es [(Kolev y Niehues 2016]). El paper de (Voitchovsky 2005) nos permite conocer los efectos asimétricos de un aumento de la desigualdad por empobrecimiento de las rentas bajas o por un enriquecimiento de las rentas altas en los países desarrollados. Y con tal finalidad lo referencio.
Las deficiencias metodológicas que se le suponen al paper son, en realidad, sus fortalezas. En concreto, Voitchovsky argumenta que no encuentra ninguna relación estadísticamente significativa entre desigualdad y crecimiento económico cuando se pretende relacionar desigualdad sólo con el índice Gini, o sólo con la ratio 90/75 o sólo con la ratio 50/10; sin embargo, sí encuentra una relación estadísticamente significativa cuando se relaciona desigualdad con las tres variables a la vez o sólo con el índice Gini y la ratio 90/75. ¿Qué quiere decir esto para la autora? Que los efectos de la desigualdad sobre el crecimiento se desarrollan a través de diversos canales y, por tanto, hace falta especificar un modelo que contenga más de una medición de desigualdad —como proxies de distintos canales de la transmisión de esa desigualdad— para obtener resultados verdaderamente significativos. Y, al hacerlo, la autora llega a las conclusiones ya mencionadas: el aumento de la desigualdad en las rentas altas (medida por la ratio entre la renta del percentil 90 y del percentil 75) tiene una influencia positiva sobre el crecimiento. Permítanme que cite a la propia autora: “La influencia distintivamente positiva de la desigualdad en la parte alta de la distribución de la renta podría reflejar los mecanismos beneficiosos de la desigualdad que han sido identificados por la literatura, como son los incentivos, la innovación o el ahorro. La desigualdad fuera de ese rango alto de la distribución de la renta y que afecta a las rentas más bajas —capturada por la influencia del coeficiente Gini y una vez controlamos la influencia de la ratio 90/75— está negativamente relacionada con el crecimiento, probablemente por canales como restricciones crediticias a la inversión en capital humano, mayor delincuencia e inseguridad o mejor esfuerzo laboral. Estos efectos enfrentados de la desigualdad en distintas partes de la distribución de la renta permiten explicar por qué ninguna medición de igualdad en solitario resulta significativa por su cuenta: porque las distintas mediciones de desigualdad están positivamente correlacionadas entre sí”. Lo dicho: según (Voitchovsky 2005), la desigualdad gestada en la parte alta de la distribución de la renta está relacionada con mayor crecimiento y esta conclusión no se ve aguada por la deficiencia metodológica presuntamente descubierta por mis cinco replicadores.

Sobre (Kolev y Niehues 2016): En este caso, los cinco analistas no se atreven a acusarme de tergiversar el mensaje del paper, pero sí me critican por escoger un ensayo con tantas fallas metodológicas. En concreto: a) usar una muestra demasiado pequeña de observaciones; b) tomar datos sólo a partir de 1990; c) no controlar la influencia de la redistribución de la renta; d) no realizar un correcto análisis de robustez.
El paper de (Kolev y Niehues 2016) utiliza una muestra de 682 observaciones procedentes de 113 países. Evidentemente, juzgar una muestra como demasiado pequeña siempre tiene algo de subjetivo: ¿a partir de qué cantidad de datos reputamos la muestra como suficiente para inferir resultados generales? En este sentido, podría suceder que nuestros cinco analistas tuvieran un grado de exigencia muy grande acerca del tamaño de la muestra y que, sinceramente, 682 no les parecieran bastantes. Sin embargo, también podría suceder que nuestros cinco autores utilizaran distintos estándares de exigilibilidad cuando un paper ofrece resultados que les son ideológicamente favorables (relejando en tal caso la muestra mínima exigida) que cuando alcanza resultados ideológicamente incómodos. Y mucho me temo que esto último es lo que sucede. Por ejemplo, Manuel Hidalgo, uno de los cinco replicadores, recomendaba hace algunos meses echar mano de los recientes papers del FMI y de la OCDE para ilustrar la relación negativa entre desigualdad y crecimiento económico. ¿Cuál es el tamaño de la muestra de estos dos papers recomendados por Manuel Hidalgo para ilustrar que la desigualdad sí perjudica al crecimiento económico? El ensayo del FMI utiliza un máximo de 828 observaciones, mientras que el de la OCDE apenas emplea 127 observaciones de 31 países (Kolev y Niehues también emplean una muestra más restringida de 205 observaciones en 33 países para medir los efectos específicamente en la OCDE). ¿Cómo es posible que 682 observaciones sean suficientes para desdeñar un paper y, en cambio, 127 basten para avalar otro paper? Pues porque uno dice “aquello que no me gusta” y el otro alcanza conclusiones que “sí me gustan”. ¿Deshonestidad intelectual?
Cuando los cinco analistas afirman que (Kolev y Niehues 2016) únicamente toman datos a partir de 1990, desconozco qué paper exactamente habrán leído. De hecho, en este punto hallamos una nueva muestra de la impostura intelectual de los cinco replicadores. Es verdad que Kolev y Niehues realizan una primera regresión restringida con datos sólo a partir de 1990, pero acto seguido efectúan otra mucho más amplia tomando datos desde 1970. ¿Y por qué realizan una primera regresión sólo a partir de 1990? ¡Porque intentan replicar los resultados del paper de la OCDE que —recordemos— Manuel Hidalgo recomienda para analizar los efectos de la desigualdad sobre el crecimiento? Cito a Kolev y Niehues: “Primero, analizamos la relación entre desigualdad de la renta y crecimiento económico en una selección de países de la OCDE. Más en particular, tratamos de investigar los drivers del efecto significativamente negativo de la desigualdad en los períodos de crecimiento estudiados por Cingano (2014) [el paper de la OCDE sobre crecimiento-desigualdad]. Más adelante, replicamos esos resultados usando el período de tiempo 1970-2010”. Dicho de otro modo, el paper de la OCDE es una referencia a pesar de que sólo mide los efectos de la desigualdad a partir de 1990; el paper de Kolev y Niehues es malo porque sólo mide los efectos a partir de 1990 (cuando, en realidad, los mide desde 1970). Recomendaría una lectura más calmada de los papers antes de pretender tirarlos por tierra.
Es verdad que Kolev y Niehues no controlan sus resultados por redistribución de la renta: pero los autores lo que pretenden medir es el impacto del aumento de la desigualdad que se ha producido durante los últimos años —gracias o a pesar de la redistribución— sobre el crecimiento económico. Si los cinco replicadores pretenden sugerir que, en ausencia de redistribución de la renta, la desigualdad habría aumentado más y que esa potencial mayor desigualdad sí habría afectado negativamente al crecimiento económico, es muy legítimo que lancen semejante hipótesis: pero, en tal caso, lo que tendrán que hacer es demostrarla valiéndose de la evidencia (cosa que no hacen). Kolev y Niehues lo que pretenden probar, y lo que prueban, es que el aumento de la desigualdad experimentado en Occidente durante los últimos 45 años no ha afectado negativamente al crecimiento económico.
Por último, acusar a Kolev y Niehues de no controlar correctamente la robustez de sus resultados también me resulta bastante hipócrita. Nuevamente, uno puede ponerse muy exquisito con los resultados de un paper y exigir muchas especificaciones alternativas de tu modelo para comprobar que las conclusiones alcanzadas son verdaderamente sólidas. Lo que no tiene sentido es aplaudir papers con problemas evidentes de robustez y, al mismo tiempo, desdeñar otros con menores problemas de robustez. En concreto, el paper de Kolev y Niehues lo que justamente demuestra es la falta de robustez del informe de la OCDE sobre desigualdad-crecimiento (el paper que Manuel Hidalgo recomienda para probar efectos negativos de la desigualdad). ¿Por qué? Pues porque el informe de la OCDE sólo toma datos a partir de 1990, de manera que sus resultados dependen del sesgo introducido por la experiencia de los países ex comunistas (países con una baja desigualdad de partida y unos altos ritmos de crecimiento debido a un proceso de convergencia global). En suma, puede que haya que exigirle mayor robustez a (Kolev y Niehues 2016), ¿pero entonces cómo puede avalarse un paper con problemas de robustez mucho mayores y evidentes?

Sobre (Castells-Quintana y Royuela 2017): Los cinco analistas me reprochan que recurra a este paper para demostrar mi afirmación de que “la desigualdad derivada de que un conjunto de personas se enriquezcan muy significativamente merced a su trabajo duro, a su asunción de riesgos, a su innovación tecnológica, a su inversión en modelos de negocio generadores de valor —y no a los privilegios políticos— no daña en absoluto el crecimiento económico: al contrario, lo impulsa”. A su entender, este paper prueba que la desigualdad perjudica en agregado al crecimiento económico.
No deja de ser llamativo que uno tenga que volver a explicar por enésima vez lo mismo, en especial a presuntos especialistas en la materia. La desigualdad que “exterioriza situaciones de pobreza que impiden a una parte de la población acceder a una buena formación y a unos buenos cuidados sanitarios” sí perjudica al crecimiento económico; la desigualdad que exterioriza ahorro, esfuerzo e innovación no lo hace. Esa es la tesis de todo mi artículo y, por supuesto, también es la tesis de Castells-Quintana y Royuela. Me permito citar las conclusiones de su paper: “Cuando la desigualdad está asociada a la inestabilidad política y la conflictividad social, al rent seeking y a políticas distorsionadoras, a menores capacidades de inversión en capital humano, y a un mercado interno estancado, lo esperable es que perjudique al crecimiento económico, tal como han señalado numerosos autores. Así, en tales casos, mejorar la distribución de la renta puede potenciar el crecimiento económico, sobre todo en países pobres donde los niveles de desigualdad son normalmente muy altos. Sin embargo, un cierto grado de desigualdad también puede ser positivo, como también ha sido argumentado desde un punto de vista teórico por la literatura científica y como este paper evidencia empíricamente. Un cierto grado de desigualdad puede desempeñar un rol beneficioso sobre el crecimiento económico cuando la desigualdad viene motivada por las fuerzas del mercado y está relacionada con el trabajo duro y con motores del crecimiento tales como la asunción de riesgos, la innovación, la inversión en capital y las economías de aglomeración”. Lo dicho: la desigualdad generada por empobrecimiento de las rentas bajas es perjudicial; la derivada del enriquecimiento de rentas altas —y no vinculada a favores políticos— es beneficiosa.

Sobre (Kelley y Evans 2017): Se me reprocha que distorsione el mensaje de ambos autores, pues supuestamente ellos no afirman que la desigualdad genere felicidad, sino que la desigualdad está asociada a aumentos de la renta y esos aumentos de la renta son los que generan el aumento de la felicidad a pesar del aumento de la desigualdad.
En mi artículo no sostengo que la desigualdad genere indiscriminadamente felicidad. Lo que digo es que es la desigualdad es irrelevante en los países desarrollados y positiva sobre la felicidad en los países en vías de desarrollo. Me autocito: “En los países desarrollados, la desigualdad social exhibe una influencia irrelevante sobre la felicidad (aunque la felicidad sí depende de otras variables que, como el empleo, la educación o la salud, se asocian erróneamente con la desigualdad dentro del imaginario colectivo); en cambio, en los países en vías de desarrollo, la desigualdad suele acarrear efectos positivos sobre la felicidad debido a la potente influencia del “factor esperanza”, a saber, la expectativa de que los ciudadanos más pobres irán prosperando conforme el país continúe creciendo”.
El análisis de Kelley y Evans no vincula el aumento de la felicidad en los países desarrollados al aumento de la renta de los pobres: precisamente, todo el paper de Kelley y Evans es un intento de medir la influencia de la desigualdad sobre la felicidad, desligándola de la influencia positiva que sí tiene un incremento de la renta sobre la felicidad. Como ya he explicado, ambos autores atribuyen la correlación positiva entre felicidad y desigualdad en los países en vías de desarrollo al “efecto esperanza” de que los pobres actuales verán aumentar sus rentas en el futuro. Tan es así que los autores tienden a cuestionar las políticas de redistribución de la renta por el daño que pueden causar sobre la felicidad: “En los países en vías de desarrollo, la desigualdad contribuye a incrementar la felicidad. Esto da que pensar que los actuales esfuerzos de agencias como el Banco Mundial, consistentes en reducir la desigualdad de la renta, dañan potencialmente el bienestar de los países pobres”. Uno podrá criticar las fallas metodológicas del paper de Kelley y Evans (aun echando mano de malas críticas), pero lo que no debería hacer es tergiversar la diáfana conclusión de su paper: lo que quieren medir, lo que creen que están midiendo y lo que dicen que están midiendo es muy claro. Mejor no confundir al lector.

En definitiva, Manuel Hidalgo, Kamal Romero, Gonzalo López, Jorge Díaz y Borja Barragué firman un escrito acusándome de deshonestidad intelectual por tergiversar y seleccionar interesadamente los papers con los que avalar mi postura supuestamente preconcebida. Pero una revisión cuidadosa de las críticas que estos cuatro economistas y un filósofo dirigen contra mi interpretación y selección de los mencionados papers pone de manifiesto que los únicos que han realizado una lectura apresurada, torpe, sesgada y prejuiciosa de los trabajos referenciados son ellos. A buen seguro se podrán emitir críticas fundamentadas a esos papers, y es una obviedad que la ciencia siempre debe seguir investigando para confirmar o desmentir resultados pasados, pero los reproches que estos cinco analistas efectúan a estos ensayos no son buenos reproches y, si algo hacen, es reforzar sus conclusiones: “si esto es todo lo que se os ocurre criticar, es que van por el buen camino”.

Empero, lo más llamativo de todo es que estos cinco autores no se hayan preocupado por lanzar críticas equiparables contra informes con muchísima más repercusión mediática —por ejemplo, el de la OCDE que sí encuentra una relación negativa entre desigualdad y crecimiento— y que exhiben fallas metodológicas bastante más evidentes y graves que las de cualquiera de los trabajos referenciados. De hecho, no sólo no se han lanzado en tromba contra esos informes, sino que incluso han llegado a recomendarlos como evidencia de sus proposiciones ideológicas. ¿A qué viene semejante trato asimétrico? Obviamente, a que acogen entusiasmados aquella evidencia que confirma sus teorías pero, en cambio, tratan de desacreditar la que las contradice. Semejante sesgo de confirmación es algo muy humano: en ocasiones, todos somos víctimas de él. Ahora bien, lo que distingue a un científico honesto de otros deshonestos no es tanto lograr escapar siempre del mismo —objetivo imposible— sino esforzarse por no sucumbir sistemáticamente a él. A veces conviene buscar menos pajas en el ojo ajeno y más vigas en el propio. Con todo, y a diferencia de ellos, no voy a tener la osadía, la arrogancia y el sectarismo de calificar su artículo de desvergüenza intelectual porque desconozco si su recurrente manipulación de cada uno de los papers analizados —así como del contenido de mis artículos— ha sido un ejercicio deliberado o un error meramente accidental: por sus rectificaciones los conoceremos.


Compartir en Facebook Compartir en Tweeter Compartir en Meneame Compartir en Google+